
En abril del año 2007, la filantrópica empresaria israelí Shari Arison tuvo una genial y singular idea al concebir “un día de las buenas acciones”. Su osadía tuvo como soporte la percepción de que “si pensamos el bien, si hablamos el bien, nuestro mundo también será mejor”.
Las buenas acciones son fundamentales para construir una sociedad más justa y equitativa, así como para el crecimiento personal y espiritual; acciones como las que tienen relación con la honestidad, la utilidad, la moral, la belleza, la salud y la esperanza.
En este mundo tan cambiante en que vivimos, sus habitantes también sentimos el impacto, nuevos vientos impulsan nuestros actos, no pudiendo prescindir de su influjo, por cuanto cada vez que damos, recibimos a cambio una sonrisa agradecida.
El que da, al hacerlo, rompe esquemas, diques y barreras, trayendo como compensación una lluvia de dicha, felicidad y sosiego nunca antes experimentada.
Todos, alguna vez, lo hemos hecho, hemos donado ropa, alimentos, juguetes; hemos promovido el reciclaje, hemos adoptado un animal, participado directa o indirectamente en campañas de reforestación, de limpieza de playas, de ríos, de salud, y casi que de manera temerosa en campañas de donación de sangre, pero no nos atrevemos a hacer la donación más grande, plausible y gratificante, la donación de órganos salvadores de vida.
Curiosamente, hoy la generación de relevo ha dejado de lado buena parte de lo que los apasionaba, se han aventurado en la búsqueda de nuevas emociones, más humanas, más saludables y reconfortantes, adoptaron lecciones cautivantes recibidas como legado de sus padres gestores, también de sus maestros, han abrazado con vehemencia el reto más humilde y solidario, el de las buenas acciones.
Los jóvenes siguen las narrativas de sus padres, las enseñanzas de sus maestros, sueltan el lastre del ocio, del aburrimiento y las sin ganas, y emprenden espontáneamente campañas que los enaltecen cobrando vida sus buenos propósitos.
Ellos, aligeran y limpian las alacenas, los claustros junto a sus progenitoras, retiran y organizan aquello que les sobra, que no les hace falta, ropa, alimentos y enseres, y los entregan a los más necesitados, su ejemplo se generaliza.
Otros se organizan en pequeños grupos, se ubican en plazas, templos, escuelas, en los estacionamientos de su comunidad, su vecindario y reciben donaciones, no obstante; la crisis y los entregan alborozados en asilos, sitios de reclusión, hogares de cuidado diario, hospitales, salas de maternidad, celebran con sus acciones aquellos momentos modelo que han visto en sus progenitores.
En los estacionamientos se congregan jóvenes y adultos mayores, los voluntarios cantan, entonan bellas melodías, danzan, bailan; y los ancianos los siguen, los acompañan, les enseñan el uso del computador, del internet, les dan charlas, escuchan sus cuitas y estimulan su participación donde cada uno cuenta sus vivencias.
De ese aprendizaje han quedado lecciones resaltantes y estimulantes, que al trascender se han vuelto legendarias por su impacto en la sociedad, siendo propio del ser humano diferenciar las buenas acciones de las malas.
El ser humano, con fuertes vínculos morales, siempre será propenso a cultivar y a desarrollar las buenas acciones dirigidas hacia el bien y la virtud, apartándose de las malas, aquellas que se relacionan con el ocio, delitos e infracciones en contra del buen y sano vivir.
De tal modo que las acciones son actos generosos y amables que benefician a otros o al entorno, como ayudar a un vecino, donar a una causa o ser cortés, hacer voluntariado en los refugios de animales, esto nos ayuda a ser mejores personas, siendo más amables, haciendo buenas acciones. Realizar un solo acto de bondad marcará la diferencia para tu vida y la de los que te rodean.
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