
La inminente escogencia de un nuevo papa, un nuevo jerarca de la Iglesia Católica, supone seleccionar a un líder que enfrentará los más grandes desafíos por los que deberá atravesar el catolicismo. Desde la invasión y suplantación cultural y religiosa que vive Europa, pasando por un catálogo incontable de nuevas religiones prácticas, exuberantes y simplemente prometedoras del edén; hasta los nuevos enfrentamientos culturales producidos desde el globalismo, como la implementación de las dictaduras culturales de minorías, nuevas formas de lo que defino como supra totalitarismo, donde encontramos a los movimientos progre y a la decadente cultura woke.
El nuevo papa deberá optar por uno de los dos posibles caminos: una modernización de la Iglesia, basada en lo esencial, pero entendiendo que deben extirparse males de raíz, convocar a los jóvenes a la participación directa, adaptarse a la modernidad de las redes sociales sin claudicar en los preceptos éticos y morales, o una segunda opción, encauzarse con el globalismo y hacer una Iglesia camaleónica, menos firme y más light en cuanto a posturas. No es nada fácil lo que viene.
Los jóvenes, principal semillero para lo cultural y religioso, se han alejado de lo firme y han optado, en franca mayoría, por una suerte de nihilismo en cuanto a objetivos y propósitos, y una clara ética situacional al más puro concepto de Fletcher, donde el accionar dependerá, exclusivamente, de lo que conviene, sin dejar en la ecuación que fragilidad y emotividad irracional, es parte del esnobismo juvenil.
Los jóvenes de hoy son capaces de creer que luchar por la paz en la Franja de Gaza es simplemente quemar una bandera de Israel y ataviarse con un shemagh, esos clásicos pañuelos del Medio Oriente; que fortalecer el feminismo es no usar desodorante, vestirse de morado y culpar de todo al intangible patriarcado; o, combatir el irracional cambio climático, es destruir monumentos y obras de arte. Una generación que se rechaza a sí misma, como esos mártires sin causa, que piensan que sufrir y preocuparse ayuda en un propósito.
Sin embargo, la ausencia de una conciencia juvenil no es lo principal de nuestros tiempos católicos, sino las constantes guerras que deben enfrentar por los casos aislados de abuso sexual. El nuevo papa no debe enfrentar este escenario con un trapo casi frío, sino con la mayor rigurosidad posible.
Los casos que ocupan la realidad son escasos, pero magnificados por una máquina de medios de comunicación que tienen a la Iglesia Católica como objetivo. En esta confrontación no se deberá titubear, porque la recuperación de la confianza no solo presume la mayor severidad ante cualquier caso, sino enfrentar a la inmensa pared de manipulación mediática que coloca cada eventualidad bajo un lente de distorsión.
Y la modernización es todo un entramado de conceptos con los cuales será difícil lidiar. La participación de la mujer en la Iglesia, por ejemplo, no debe ser una cuota ni esos modelos de distorsión numérica, sino el producto del deseo de cooperación en eslabón con las necesidades actuales de la institución. El adoctrinamiento por parte de los Estados es otro escollo a superar, porque una Iglesia que confronta al poder por el bien de los más necesitados es una Iglesia muy incómoda para quien desea perpetuarse en los tronos de cada sociedad.
El papa y la Iglesia deben enarbolar la bandera de respeto a la dignidad de la persona humana frente a cualquier ataque que menoscabe su condición, sin importar de dónde venga. Tampoco será posible un papa que mire hacia un solo lado de los hechos, y, mucho menos, dejarse encasillar en el simplismo político de los conceptos vanos de izquierda o de derecha actuales, porque el liderazgo que representa el sucesor de San Pedro está por encima de tan superficiales etiquetas.
El nuevo papa también deberá ser más firme en cuanto a los escenarios bélicos actuales, sin llamar a nuevas cruzadas, siendo un líder que profese la paz, y, sobre todo, luche para conseguirla.
Leer también: Actualizaciones importantes