Si regresamos a la Guama existente a los comienzos de la era democrática, nos encontraremos un recién llegado joven procedente de Maturín con una imprenta que se fue vinculando a nuestra comunidad. Era político, era poeta, escritor, alegre, muy alegre, bromista y buen amigo. Era un hombre sano, honesto, de principios morales arraigados. Llegó a compenetrarse tanto con nuestra manera de vivir que, tenía amigos en todo el estado; fue diputado a nuestra Asamblea Legislativa, vivía en Las Adjuntas, sector rural ubicado al oeste del pueblo, con la familia que fundó y de donde logró varios hijos que hoy gozan del aprecio de todos. El nombre de este ciudadano, era José de Jesús Rangel, pero todos lo conocimos y tratamos como: “El Pollo” Rangel. Era parte de nuestro paisaje humano, era uno de nuestros personajes, era un hombre simpático y culto.
Era un poco bohemio, cultivador de amigos. Fue agradable compartir con él. Era lo que llamamos una fija en nuestras reuniones sociales. Todos convivimos, conversábamos; él reía; cantaba, recitaba y era normal que en esas reuniones fraternas, fuese cabeza visible. José de Jesús Rangel, “El Pollo” Rangel, era muy ameno y lector empedernido. Conversando con él en uno de esos eventos sociales se abordó el tema de las dictaduras. Rangel, era un demócrata convencido y me confesó la maldad de los gobiernos dictatoriales.
Habló del daño causado al desarrollo del país por los dictadores y las tristes huellas que dejaron en los seres humanos estos gobiernos írritos. Le escuché decir por primera vez que había experimentado en carne propia la inhumanidad de la prisión política, el ser un preso de conciencia por el único delito que había cometido: “Pensar distinto al dictador de turno”.
Esta conversación fue larga y diríamos que se llevó a cabo ante un sancocho a orillas del cristalino Río Guama. Rangel comenzó hablando de poesía, habló del autor de: Mi padre, el inmigrante, habló de Don Elisio Jiménez Sierra y la sensibilidad reflejada en su “Tordo cojuelo”. Habló de Don Rafael Cadenas y otros, pero, tocó un tema referido a Andrés Mata que llamó mi atención. Se refirió a la difícil vida que le tocó a este poeta, reflejada de manera magistral en su poema: “Timonel”.
Rangel, extasiado, declamó el poema; y, lleno de sentimiento, expresó que consideraba, era el mejor poema de este bardo. He buscado este poema, inclusive en una antología de Andrés Mata y no está Timonel.
Mantengo el recuerdo del momento hermoso de aquella noche estrellada en El Buco, iluminados por una lamparita de gasolina y un Pollo Rangel, inspirado, explicando lo que motivó aquel poema.
Ante un silencio respetuoso, le escuchamos decir que, Andrés Mata, era un joven oriental que llegó a Caracas como muchos otros con necesidades materiales y carencia de recursos económicos que es la época que refleja en Timonel, cuando le dice al Timonel del barco que, hasta el hermano con quién contaba “… de su hogar las puertas me cerró…”, a lo que el timonel del barco responde: Ya no te queda nadie. En ese momento, el poeta, eleva su espíritu y aquel ser que creíamos derrotado, en un acto propio de un espíritu que tiene un elevado grado de optimismo, contesta: “… ¡No, Me queda Dios!
En esta triste mañana, de una semana que comenzó triste, tomo esa expresión del poema de Andrés Mata, para gritar a los cuatro vientos, con base al derecho dado por nuestra ley fundamental, un consejo a mis conciudadanos, inspirado en la respuesta dada por el poeta al Timonel del barco: ¡No, nos queda Dios!
Ese Dios que los poetas gauchos con su dulce y brillante ingenuidad, llaman: “El dueño del Horizonte”, quien a su manera, frenará esas mentes extraviadas que nos hacen sufrir e impiden decidir nuestro destino y expresar nuestras alegrías, haciéndolos responder por el irrespeto originado al desconocer la sagrada voluntad, expresada en las urnas por los venezolanos el pasado domingo 28 de julio de 2024.
