Una semana antes de ir a Texas, el presidente Kennedy dijo a Humbert Humphrey: “El presidente Betancourt
puede ser asesinado cualquier día”. Esto ocurrió en una conversación informal. Posteriormente, la noche del
20 de noviembre de 1963, George Thomas, el corpulento negro, ayuda de cámara del presidente Kennedy,
preparaba dos maletas y un baúl metálico de la Marina que contenía el equipaje del Presidente y le
preocupaba que las camisas llegaran a arrugarse.
Texas, el destino del Presidente en su próxima gira, iba a la cabeza en los Estados Unidos en lo que refiere al
número de homicidios. En su capital Dallas, se cometían más asesinatos cada mes que en toda Inglaterra.
El viaje presidencial se realizaría en el famoso Air Force One, aeronave destinada al uso del Presidente de la nación americana. Las previsiones indicaban que la velocidad de la nave sería de 850 kilómetros por hora y llegaría al Aeropuerto Internacional de San Antonio a la 1:30 de la tarde del 21 de noviembre de 1963. Hasta
pocos momentos antes de su partida, el señor Presidente, trabajaría en su despacho en el cual destacaba una
inscripción que decía: “Oh, Dios, que vastas son tus aguas y pequeña mi barca”.
La familia presidencial hacía poco tiempo había sufrido la pérdida de Patrick Bouvier Kennedy, hijo recién
nacido de John y Jacqueline Kennedy. Ambos, se encontraban muy afectados, y después del sepelio del niño
ella le dijo a su esposo: “Solo hay una cosa que no podría resistir… Si algún día te perdiera…”.
Así llegó el momento de la partida. El Presidente se despide de sus hijos, el pequeño John, de la mano del
agente Foster, acompaña a su padre hasta el aeropuerto de donde saldrá el vuelo a Texas, y al despedirse el
Presidente dice al agente: “Cuide de John, señor Foster”. Este se extrañó. Fue la primera vez que recibió esa
orden. Así el Presidente llega al aeropuerto, sube al avión presidencial y parte rumbo a Texas a 850
kilómetros por hora.
Llega el día 22 de noviembre, el Presidente, su esposa y la comitiva intervienen en un desfile por las calles de
Dallas. “EL Lincoln presidencial marchaba a 18 kilómetros por hora. Era las 12:30. Un niño de cinco años
levantó tímidamente la mano. El Presidente sonrió afectuoso. Levantó también la mano para saludar al
pequeño. De pronto se oyó un estallido agudo y cortante, era como un disparo de fusil.
El Presidente estaba herido. Una bala de seis milímetros y medio había penetrado en la parte posterior de su
cuello, había herido su plumón derecho y, rasgándole la tráquea, había salido por la garganta, cortándole el
nudo de la corbata.
La primera dama, este sería el último acto como tal primera dama, se inclinó solicita hacia el Presidente. El
rostro de Kennedy tenía una expresión rara, una expresión que ella había visto muy a menudo cuando sun marido se enfrentaba a una pregunta difícil en una conferencia de prensa. Ahora en un gesto de infinita gracia, Kennedy levantó la mano derecha como para echar hacia atrás sus alborotados cabellos castaños. Pero el
movimiento falló. La mano cayó sin fuerza. Había tratado de llevarse los dedos a la parte superior de su
cabeza. Pero su cabeza ya no estaba allí.
El interior del carro presidencial era un infierno. La última bala, penetró el cerebelo del Presidente, debajo del
cerebro. Jacqueline ha visto saltar un fragmento del cráneo de su marido, de color carne y no blanco.
Instantes después, todo se llena de manchas de sangre del tamaño de una mano. Eran las 12:30. John
Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos ¡Ha sido asesinado!