Que agradables aquellos velorios, con la chicha de maíz, clavos de olor y canela, endulzada con papelón o con panela hecha en un botijón, montado sobre tres piedras y las llaman tres topias, y entre ellas la leña; cuando ya estaba lista eso era una esperadera hasta que se enfriara el botijón para comenzar la servidera.
Dentro de las mismas tres topias colocaban un ollón para hervir el sancocho, como era la tradición, entre mis tres y ocho años, ya tenía uso de razón en mi Tartagal querido.
Que grata recordación, esos cantos velorieros llegaban al corazón entre algunos cantadores, trataré de hacerles mención: “Chico” Víez, Andrés Mora y Apolinar Gámez en ese Tartagal antañón, el mismo que tiene su imagen retratada dentro de mi corazón, en él nacieron mis sueños aun siendo tan pichón.
Desde los nueve en adelante, soy hijo por adopción del municipio Independencia, al que debo mi formación en diferentes actividades hasta llegar a ochentón, aquí conozco de todo, desde mi aparición, relacionado al trabajo con chispa de juguetón, a mis padres les agradezco por darme esa formación de amigable con todo el mundo y la humildad como vocación; y a mi padre Dios, que me premió para cual sea mi función en el campo del trabajo, para mi alimentación como cultor.
Me conocen y siempre estoy en acción produciendo y escribiendo lo que es mi inspiración, que de vez en cuando y de cuando en vez incita a mi corazón, hasta aquí llega esta parte, pero habrá continuación, para que esta Lorenzada llegue a cada rincón.
Retomando el tema de lo que fue la devoción en San Felipe, encontré por suerte esa tradición, cada 3 de mayo era la celebración en un sitio conocido como sector El Panteón, conservan la Cruz bendita como centro de atracción, en el marco de la feria y punto de gran emoción el reencuentro de los yaracuyanos, que viven en otra región.
Yo conocí los velorios en este sitio en cuestión, llegaban de todas partes a dar su interpretación en el canto veloriero, con su fe y devoción con las salves y las décimas, y el momento de adoración, yo conocí los antiguos velorios de ensoñación, donde famosos de la época nos brindaban su actuación, algunos les puedo nombrar a continuación: Bruno Ramírez, Evangelisto Díaz y el recordado Julián León, se destacaron personas para la preparación de este encuentro religioso, del cual les haré mención, de corazón me disculpan si surge algún pelón, como primeras figuras las familias Camacaro, Freítez Pulido, Garranchán y Arteaga, entre otras.
Era frecuente ver a los vendedores con sus golosinas, tales como la señora Inés Klem con sus carritos, donde vendía junto a sus nietos cotufas, dulces y raspaos; “El Capullero” con un trozo de vástago de cambur con la cantidad de capullos, que eran unos caramelos caseros con un palillo en el centro, y parecía que cargaba un niño; el famoso manicero con su saquito y su grito permanente: “Maní, maní, maní tostao”.
Que sabroso es recordar, todo tiempo del pasado nos deja reconfortado al disfrutar nuevamente lo que antes hemos mirado, cuando se trata del pueblo que tanto hemos amado, y no hay más, porque ha terminado.