spot_img
viernes, noviembre 22, 2024
InicioOpiniónNotas desde Farriar: En la taberna con Thelonious Monk

Notas desde Farriar: En la taberna con Thelonious Monk

- Publicidad -

Anoche en la taberna compartiendo los vapores etílicos me detuve a oír y mirar a un gigante del jazz, me refiero a Thelonious Monk. Nombre raro, ¿eh?, una especie de mezcla entre un monje medieval, un kamizake o un retórico de la época del emperador Claudio.
Thelonious Monk, no tocaba como Bud Powel, el otro gigante entre los pianista de bop, pero nunca hubo una leyenda más real que la suya después de Charlie Parker, The Bird el saxofonista. Oyendo y mirando bien a Thelonius a veces ni tocaba apenas. Pero, el público apretujado en el local estaba siempre a la expectativa. En medio de un inspirado solo del saxofón tenor (quizás era Johnny Griffin, o probablemente Charlie Rouse) Thelonious se levantó y desapareció.

¿Acaso pensó que no era necesaria su intervención? ¿O lo hizo únicamente para molestar? Una vez otro grande del jazz Miles Davis, lo increpó durante una grabación y le pidió terminantemente que ni se acercara al piano cuando él hacía su solo de trompeta. (La discusión quedó grabada en un disco que fue puesto a la venta con gran éxito, por supuesto). En París, donde transcurrieron sus últimos años, Thelonious solía sentarse al piano flanqueado por dos rubias de esas que califican como apetecibles ¿Y por qué no comestibles? Si querido lector, Thelonious era mitad genio y mitad vacilón.

Desde el principio tocó el piano de una manera sencillamente inadmisible para quien hubiese oído tocar a un pianista correcto y educado. Sus pasajes improvisados consistían en melodías extrañamente disgregadas, fragmentadas con inesperados cortes cuajados de disonancias ofensivas y frases truncas. O unos runs, largos pasajes escalísticos con la mano derecha, que recordaban a un estudiante mal preparado, carente de técnicas o simplemente borracho, pasajes cortados de repente por notas graves golpeadas con la mano izquierda, acentuando los tiempos más insospechables como para sacarlo a uno de balance.

Cuando parecía que misteriosamente una mano había encontrado el camino, aparecían peñascos gigantescos, restos de algún alud que entorpecían ese camino, grandes témpanos de hielo o árboles atravesados y fósiles del pleistoceno, eran los únicos “artefactos” que podían producir esos acordes que se oponían tenazmente a cualquier intento de suave marcha melódica de la mano derecha. Porque la armonía al parecer se basaba en la pulsión simultánea de varias notas sacada al azar de un sombrero. Eran acordes terriblemente despedazados que estallaban como una granada; o eran racimos de notas, que, si las dejaran en paz, no serían sino una feliz hilera integrada de blancas y negras teclas, viviendo familiarmente una al lado de la otra.

Thelonious Monk era un soberbio negro irreverente y corpulento, que usaba una gorra al estilo Harlem y unos lentes que fueron haciéndose parte de él, y sus movimientos eran lógicos como la de un leopardo dentro de una jaula de cristal. Se levantaba súbitamente dejaba de tocar durante varios compases y efectuaba una especie de danza ritual junto al piano. Y era en esos momentos en que no tocaba donde residía el secreto de Thelonious: su dominio del silencio él sacaba fuerza del silencio, del gran vacío que es el único capaz de engendrar un cosmos, melodía, armonía y ese mago que llamamos ritmo, surgen todo de arbitrarias divisiones del silencio, del espacio sin nombre.

Pitágoras se atrevió a asomarse al vacío y extrajo divisiones y subdivisiones y todos los siguieron sin saber que el maestro había ocultado su mejor carta; solo unos pocos intuyeron que de nada valía la división sin la visión, la visión del que voluntariamente se clava en los ojos un dardo de fuego. Thelonious no hacía sino dejar un gran espacio por el que nadaba como un tiburón rodeado de pecesitos sonoros que navegaban a su sombra. Thelonious improvisaba tanto que se dio el lujo de revolucionar por completo los conceptos rítmicos y percusivos de la avanza jazzísticas del be-bop. Thelonious tragaba mundos enteros y exhalaba atmósfera que iban forjando sus propias leyes.

La leyenda crecía apretujados en la taberna, o alrededor de una pequeña mesa. (Y no olvidemos que fue Thelonious quien inspiró a la mayoría de los pianistas de la salsa que militaron en el jazz como son: Markolino Dimond, Charlie y Eddi Palmieri, Larry Harlow y otros que se van con la página). Thelonious, además, era capaz de componer melodías tan hermosas como: Round Aboud Mignigth. Así era Thelonious Monk, con sus movimientos elásticos, desafiando a los sombríos corredores del olvido. Y él nos anuncia su presencia, y nos espera en el último combate.

Artículos relacionados

Últimas entradas

lo más leído

TE PUEDE INTERESAR