En tiempos en donde la cancelación y las manadas digitales en redes sociales, imponen o tratan de imponer códigos de conducta o posturas en particular, bien vale la pena debatir sobre todo lo que implica ser libre. La libertad es una especie de estado mental y físico en donde la posibilidad de ser y hacer es plena, sin mayores limitaciones que la propia libertad de los demás. Tomando esta premisa como válida, la libertad tiene el límite de la individualidad, por tanto, la libertad personal es la referencia potencial para la libertad colectiva.
La libertad social, grupal o colectiva proviene de la libertad personal y no a la inversa. Por tanto, establecer discusiones sobre libertades populares o masivas, no tiene sentido alguno si en ello, hay menoscabo de la libertad individual.
Con la tensión que se ha producido a partir del evento electoral del 28J, se vienen produciendo, también, diversas formas de ataque a la libertad individual, amparadas en la supuesta preservación de la libertad de todos, o, vale decir, de la paz colectiva. Conviene entonces aclarar, que la paz también tiene su comienzo en la persona, y, se desarrolla en la socialización, y no a la inversa. Los estados o gobiernos no son los únicos que pudieran atentar contra las libertades personales, ya que un grupo o una tendencia política de cualquier orientación, que pretenda imponer o descalificar posturas o conductas individuales, puede hacerlo por la fuerza de ser masa, de allí, que la preservación de la libertad individual es la única que podría convalidar la defensa de una supuesta libertad colectiva. Por ello, conceptos como el pueblo, por encima del individuo; paz social por encima de la libertad individual; estabilidad social por encima de la paz personal, son esencialmente cuestionables porque implicarían, tentativamente, la invisibilidad y reducción de la persona y sus derechos, colocándola por debajo de supuestos derechos colectivos o superiores que son intangibles, netamente retóricos, y, finalmente, distorsiones de los propios conceptos de libertad o paz.
Un ejemplo excelente para dilucidar lo anterior sería preguntarnos: Si se tiene la libertad de protestar, ¿por qué hay tantos preceptos de supresión para las manifestaciones? La respuesta más simple es que “hay que preservar la paz social”, entonces ¿la paz social implica que el individuo no puede manifestar su descontento hacia algo y no puede hacerlo en coincidencia con otros? Comprendo y apoyo que ninguna manifestación de protesta deba estar compuesta por elementos nocivos en la misma como violencia, vandalismo o destrucción de bienes públicos o privados, pero ¿es la presuposición de que “algo” puede pasar, una razón válida para prohibir cualquier posibilidad de manifestación? Entonces tenemos la aparición del tercer elemento que compone un triángulo perfecto en cuanto a la libertad como concepto se refiere, y es el de la confianza, la confiabilidad, la certeza mínima de que, en nombre y ejercicio de la libertad, no se transgreda el derecho de otros.
Las crisis de credibilidad se producen como efectos de las crisis de confianza. Cuando los actores de una sociedad tienen como articulador la desconfianza, la interacción social se vuelve azarosa y tensa. Como principio, la crisis de confianza es un reflejo de las inseguridades, o de las propias contradicciones públicas. A pesar de que en este momento hay una vorágine de cuestionamientos sobre Maduro y su figura, sus dirigentes de alto rango, gobernadores o alcaldes, son afectados por esa crisis de credibilidad, más por ósmosis que por cualidades, por ello es fundamental no perder la perspectiva de la realidad y saber interpretar, con crudeza, lo que ocurre alrededor de la sociedad, desde lo individual, hasta lo colectivo. Hay que saber leer al país, pero desde una visión personal, para llegar a la comprensión de lo colectivo. Urge visión objetiva, y libre.