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jueves, enero 30, 2025
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Notas desde Farriar… Adiós a la crítica

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Nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la que organiza al Estado, establece tajantemente en su artículo 57 la narrativa socio-política y jurídica de la libertad de pensamiento y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura previa invocando la pluralidad del pensamiento creativo y transformador, y a la sana disertación de las ideas, en pos de lo original y la irreverencia contra el pensamiento único. ¿Qué sentido tiene, entonces, ponerse de perfil, aguantar la respiración y no mover un dedo?

Ahora bien, hacer crítica es, en primera instancia, un acto moral, decir lo que creemos verdad sin atender a los costos que ello implica, que pueden ser muy altos y en muy diversos registros.

El crítico invade la propiedad ajena para ensalzarla o menospreciarla ante la opinión pública. Esta invasión es legítima porque el autor criticado también, a su manera a invadido lo público. De aquí que la variante común a ambos propósitos, lo público tiene que ser suficientemente sólido, dialogable, tolerante, culto, para que  ambas actividades no solo se soporten, sino que se necesiten para conformar un ágora espiritual ambiciosa y digna: es sociedades en que ese sustento no existe o es débil como es la nuestra.

El crítico es un intruso indeseado y su tarea necesita excesiva dosis de esa moralidad de la que hablábamos, y es por eso, entre otras cosas, que en Venezuela ha desaparecido la crítica en casi todos los ámbitos de la creación, sustituida por la jaladera de bolas, el silencio o – en ocasiones – el insulto que nada tiene que ver con la valoración adecuada.

La crítica tiene que tutearse con la vida, atravesar los espejos, estallar dentro de los objetos, abrir fisuras en el aire para llegar a las conciencias domesticadas, enajenadas y alienadas que repiten como loros dogmáticos algún eslogan. Porque somos del país que ablanda los relojes y endurece el tiempo, de ese país edificado de escrituras que realza la belleza, de este país real donde amamos, aborrecemos, lloramos y en que nos hacemos oídos sordos a la hora de la confrontación.

En este país donde vamos perdiendo todo, pero en el que encontramos siempre ese sabor inesperado, desesperado que en los intersticios de la noche, del insomnio y de la bohemia lúcida e irreverente, seguimos escribiendo para refutar los discursos insulsos de los personeros nacionales, estadales y municipales. En este país donde nos oponemos a la fraseología vacua de los politicastros de saldos que montan su circo ofreciendo salvación al mayoreo.

El arma de la crítica tiene que afilarse y ejercitarse con denuedo y perseverancia en todo momento. El totalitarismo, en todas sus variantes o adaptaciones, debe ser repudiado con frenesí, si queremos ser parteros. De no hacerlo, nos convertiríamos en cómplices anticipados de un infanticidio. De lo contrario, prepararemos un aborto futuro.

En estos señalamientos hay que ser enfático porque allí está implicado en porvenir. El que calle hoy estará contribuyendo a impedir el posible parto de mañana. Porque la democracia verdadera jamás brotará si el fantasma del totalitarismo no se extingue para siempre.

Hay que extirpar ese tumor maligno del pensamiento único, de no hacerlo, pasarán en la práctica a funcionar como cualquier aparato totalitario.

Bajo órdenes supremas que saben qué es el bien y qué es el mal (un mal platónico y delirante, por cierto), pasarán a liquidar toda conducta u opinión que presente visiones alternativas. Si el mensaje es de quienes piensen distinto se vayan

¿De cuál democracia se habla? La ética y el amor por una democracia verdadera están por encima de cualquier falsificación totalitaria donde operan los mecanismos psicosociales de la “obediencia debida”.

¡Qué Viva la desobediencia contra la dominación, la coerción, la explotación, el poder y la negación cultural! Como cantó el irreverente Bob Marley “Las personas que quieren que el mundo sea un poco peor, no están descansando”.

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