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miércoles, enero 15, 2025
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Notas desde Farriar/ Salsa y rebelión: No le pegue a la negra

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 Cuando Joe “son guaguancó” Arroyo compuso y cantó con su orquesta “La verdad” en la década del 80 el tema “Rebelión”, un clásico de la música popular afrojíbara antillana y caribeña (la narración de un esclavo que en el siglo XVI), se reveló contra aquel orden inhumano. 

Dada la condición colonial de Colombia en aquel momento histórico frente a la América anglosajona, su reafirmación latinoamericana revierte significativas connotaciones políticas contemporáneas en el terreno cultural que le otorga a la canción un aire de desafío en su definición de identidad colectiva, nacional y simultáneamente continental

Esta canción se mueve simultáneamente en varios planos, ya que combina herencia histórica con problemática contemporánea y añoranza de futuro a un mundo sin fronteras, e identifica al Caribe como entidad propia dentro de un ámbito solidario más amplio: la hermandad latinoamericana. 

Esta tendencia sincrética rítmica melódica: el viejo sabor con una nueva perspectiva, el viejo estilo en una honda contemporánea, convirtió a Joe Arroyo en un auténtico sonero. Uno de los más espectaculares cantantes de toda la promoción salsosa. 

Joe, un personaje rebelde e irreverente con una asombrosa habilidad para jugar a su antojo con el montuno, casi convirtieron su voz en una ametralladora salsosa, lanzó a Joe arroyo en la euforia del montuno. 

Frente a una salsa comercial y mezquina, torpe, reiterativa y copiona, este sonero tuvo que asumir una postura contraria, total; él siempre formó parte del buen equipo de los innovadores y creativos frente a esa salsa que permanecería triunfante más allá de la decadencia. 

A su personalísimo estilo le agregamos su voz timbrada y su soneo explosivo que le ganaron un sitial importantísimo dentro del universo de la salsa que justifican por si solo la proclamación de Joe Arroyo como uno de los músicos más importante de Colombia y del área caribeña. 

En este clásico, Joe está en la plenitud de las condiciones. Este disco, cuya portada mostraba a un cantante desafiante, era consecuente no solo con las grabaciones previas con la orquesta de Fruko y sus Tesos, sino que superaba con creces todas las expectativas del momento. 

Y razones de este tipo, por supuesto, convirtieron a este sonero en el único ídolo real que conocía el canto radicalmente salsoso para aquel momento, a pesar de que en el Caribe no se le dio la dimensión que él merecía. 

Un disco como este, con semejante amplitud de criterio y de recursos difícilmente era producido en Nueva York. Allá tan solo los líderes se lanzaban en iniciativa como esta, mientras el resto se conformaba con repetir la moda y la tendencia, tristemente resignada ante los criterios del productor de turno. 

Cuando oigo esta canción veo que el enfoque es diverso, varía la intensidad y contundencia del mensaje. En un primer momento él siente que cantándole a la raza primitiva, a los viejos esclavos que llegaron  a la región, es una manera de cantarle a su gente. A las comunidades que pueblan los barrios de las grandes ciudades y que Joe entendió como prolongación directa de aquella primitiva esclavitud, aquel primer canto esclavo que sonaba en los barracones de las plantaciones. 

Por último, cabe destacar el lenguaje marginal de este sonero, más esos timbres ácidos de las trompetas y la diversidad rítmica de los trombones, el toque continuo de la percusión, aunado a un solo de piano con contrapunteo en el montuno del virtuoso pianista Chelito de Castro, que me dieron en un baile la oportunidad de inventar unos pasos con Carmelina, la hija de Yemayá, y ella traspasaba los muros del infinito con su cuerpo arrebatado que me llevó con el vino y el sexo hasta la aurora.

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