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jueves, junio 12, 2025
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Ismael Montoya…Crecimiento de la vida espiritual

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El señor Jesús, en su vida pública, utilizó distintas formas de educar a sus apóstoles: «Les llama la atención, o les invita a solas para explicarles una parábola», y para que observen algún suceso que les permita retener una enseñanza en el tiempo.Entonces les dijo: «Presten atención, al que tiene se le dará, al que no tiene, incluso, lo que parece tener, se le quitará”.

San Juan Crisóstomo lo explica así: “Al que es diligente, se le dará toda la ayuda que depende de Dios, pero al que no tiene amor, ni fervor, ni tampoco hace lo que de él depende, tampoco se le dará lo de Dios, porque lo que parece tener, dice el Señor, lo perderá. No porque Dios se lo quite, sino porque se muestra negligente para tener nuevas gracias”.

Amigos, el Señor dice: «Al que tiene, se le dará», enseñanza básica para cada cristiano, pero el que no hace fructificar las inspiraciones del Espíritu Santo, quedará empobrecido. En el caso de la parábola de Los Talentos: los que negociaron, recibieron una fortuna muy cuantiosa, pero el que enterró su talento, perdió todo. La vida interior o espiritual, como el amor, está destinada a crecer y está abierta a nuevas gracias. Aquí se avanza o se retrocede. Y el Señor promete ayudarnos.

El salmista dijo: (Sal 39=18) «El Señor anda solícito por mí». Y frente a obstáculos o tentaciones: «Mayor es la gracia”. Lo que parecía entorpecer, es motivo de progreso espiritual o eficacia en el apostolado. Solo el desamor o la tibieza hace morir o enfermar la vida del alma. Ahora, la mala voluntad o falta de generosidad con Dios, retrasa o impide la unión con él.

Jesucristo es una fuente inagotable de amor y comprensión, cuando le decimos: «Danos más sed de ti». Las causas que nos llevan a no progresar en la vida espiritual, a no dar cabida o retroceder y al desaliento, pueden ser varias.

La dejadez de las cosas pequeñas que sirven a la amistad con Dios, ante los sacrificios que nos pide, que son pequeños actos de fe y de amor, peticiones, acciones de gracias en la Santa Misa o visitas al Santísimo, sabiendo que vamos a encontrar al mismo Jesús que nos espera y, también, amabilidad a las respuestas, afabilidad al pedir, porque las cosas pequeñas son nuestro tesoro, y la vida interior se alimenta de cosas pequeñas.

Un santo nos recuerda que un escritor francés dijo: «Que él pretendía cazar leones en los pasillos de su casa y, obviamente, no los encontraba». Igual que ese cazador, nosotros acabaríamos con las manos vacías, pero todos los días tenemos lo normal.

Igual que la lluvia, las gotas sumadas unas a otras fecundan la tierra. Una palabra de aliento a un amigo, una mirada a la imagen de Santa María, una genuflexión reverente ante el Sagrario, rechazar las distracciones durante la oración, evita la pereza en el trabajo. Estas acciones crean buenos hábitos, haciendo progresar el alma y conservar las virtudes.

Si estamos atentos al deseo de Dios, cuando llegue algún aspecto más importante, enfermedades costosas, algún fracaso profesional, entonces sabremos sacar fruto de esos aspectos que Dios ha permitido y se cumplirán las palabras de Jesús: ¡El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho!

Otro aspecto del retroceso en la vida del alma es negarse a aceptar los sacrificios que pide el Señor. Es negar al propio egoísmo que todo amor necesita. Se trata de buscar a Cristo en el día, en lugar de buscarnos cada uno de nosotros mismos, porque no existe amor ni humano ni divino sin esta actitud.

El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones y entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y también «desde fuera», entre las múltiples fuerzas que le son extrañas u hostiles. Pero el Señor nos ha prometido que “no nos faltará la ayuda de su gracia cuando recomencemos una y otra vez, sin desánimos”. Más facilidad y también más exigencia. El amor reclama siempre más amor.

La vida espiritual tiene una particular cualidad de crecer cuando se presentan situaciones adversas, que no son sino nuestras propias miserias y faltas de amor. Pero el Espíritu Santo nos enseña e impulsa a reaccionar de modo sobrenatural, con un acto de contrición: ¡Ten piedad de mi Señor, porque soy un pecador!

San Francisco de Sales nos enseña: «Debemos sentirnos fuertes al rezar estas jaculatorias, hechas con actos de amor y dolor, y con deseos de una viva reconciliación, confiando en su corazón misericordioso”.

Leer también: La alegría

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