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jueves, junio 26, 2025
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Notas desde Farriar…El último de los gallos

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Él tenía la cresta ceñida por la corona de laureles, la mirada altiva, pico de águila, no ocultaba su estirpe y la llevaba con orgullo. Mestizo, cruzado con sangres diversas.

La exuberancia del color de su plumaje y la fragua solar del trópico las exhibían en todos los patios donde se enfrentó, y en cada pelea sacaba a relucir su condición de criollo.

El último de los gallos era zambo, porque nutría en materno suelo la herencia de sus ancestros. Pero en el canto se le colaba una luz pagana, una indominable alegría, una exultante, irracional, sobrecogedora emoción pagana por las cosas y los seres de su mundo criollo, que lo inducían a conquistar princesas y sirenas.

Sin embargo, el latido primordial de su canto se debía torrencialmente a su estilo y daba color, vida, y ánimo extraordinario para la lucha que se le avecinaba. Recuerdo su última pelea en una hora estelar de vivísima claridad, de crepitante fragua a punto de estallar.

El último de los gallos, parado en medio del salón severo, llenaba toda la escena. Había un silencio expectante en el coro unánime que acudió para verle. Le rodeaba el fervor de sus seguidores, la admiración entera de sus adeptos.

Señores y villanos, ilustres e ignaros, gente de toda laya, formaban el apretado círculo humano que respondía y animaba el poderoso vínculo entre el último de los gallos y su pueblo.

Era la hora del triunfo. Y de pronto, el pausado vuelo, vibrante y cálido, o las quemantes espuelas como un látigo restallante. El pico se iba clavando en su rival una y otra vez. Ahora su oponente yacía, en fin, en la espesa reciedumbre de la sangre, que, por un instante, brindaba al reposo en medio del fragor cotidiano.

Paisaje, ambiente, época y circunstancias dramáticas en la vida del último gallo, donde su peregrinar había estado ceñido por las victorias sucesivas en cada patio donde se enfrentó.

El último de los gallos tenía la mirada tranquila, de andar sin prisa, ni muy grande, ni muy pequeño. Su plumaje negro y brillante bajo el cuidado pulcro de su dueña. Su faz redondeada, a la que un imperturbable don, daba con cierto aire de melancolía; y luego sus ojos, que allá desde el fondo de sus movibles aguas, iban buscando la esencia de las cosas, apartando sus patas alargadas. Amador singular de las horas nocturnas y sus altos misterios, empedernido vagabundo de las calles solitarias.

Su canto nocturno de recio acento me hace recordar aquellas baladas tiernas y nostálgicas que tocan el corazón y lo traspasa en suaves ondas de llama persistente.

Había en él garras y sanguinear marejadas en medio de las escaramuzas defendiendo viril y arrebatadamente, su derecho a cantar, sin importarle las consecuencias de su canto. En todo caso, canto y presencia le daban una voluntad heroica, porque nunca rehuyó la pelea.

Los dones de este gallo mágico, estuvo en el contorno luminoso de su naturaleza, que en torno suyo alzaba sus imponderables realidades y misterios. Es una especie de creencias o avidez por las cosas que formaban el mundo propio y ajeno de esta especie en extinción.

El último de los gallos se llamaba Bienvenido: volaba, revoloteaba, peleaba, vivía en la comarca de Farriar, en el patio de mi casa donde las frondosas matas de mandarina, guanábana, mango y guayaba le daban albergue y dormía en una batea dorada que le servía de recinto para amar a las sirenas que se peleaban por estar al lado de su cuerpo caliente y su plumaje brillante.

A pesar de tener más de 50 años bien vividos, se regocijaba caminando constantemente por el patio y las calles, cantando y añorando aquellos primeros años de cuando todavía era joven.

Tarde era ya en los años para el último de los gallos, cansado del dispendioso esfuerzo de la vida. A su alrededor crecían las espesas sombras de la soledad y el silencio. A su lado, se movían las sirenas, sus compañeras.

Sus menudos pasos y la suave ternura de sus patas me recuerdan aquella otra imagen todavía viva de su memoria. Este gallo mágico, enfermo, agónico y trashumante, aún cuando le faltaba un ojo y una pata, respondía con su canto madrugador sonoro y despertaba tiernamente a los vecinos que a coro repetían con él: Aún en su ausencia anti física sigue siendo el rey.

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