
*Una joven, en la mitad de sus años 20, expone “algo” que la tenía ahogada: su relación con el cantante español Alejandro Sanz, que comenzó por allá a sus 18, que la hizo mudarse de ciudad a los 22 años para trabajar con el cantante, pero que ahora se sentía “destruida”, porque era una niña cuando comenzó su periplo de fanatismo y devoción, cosa que no había visto hasta ahora.
Para comenzar, se ha venido haciendo una costumbre, penosa por demás, que sea en el universo de las redes sociales donde se ventilen cosas tan importantes como una relación de pareja o la intimidad de los acuerdos de la misma. Es como salir desnudo a la calle bajo el paradigma de compartir la vergüenza de la desnudez, una paradoja total.
Al exponer un tema tan importante como la ruptura de una relación, que en esencia es lo único que alega la joven española, también debe soportar que cualquiera, quien sea, aporte su pro y su contra, dirima en su concepción moral lo propio de una relación entre una mujer joven y un hombre mayor, situación que, en este caso en particular, está revestida del más elemental principio de libertad.
La joven que, con edad y libertad de decisión, tomó el camino que consideró y que permitió su libre albedrío, por tanto, es casi imposible comprender, más allá del despecho o del duelo, qué es lo que alega en contra del cantante. La victimización se ha hecho una constante de las RRSS con el perjuicio de las verdaderas víctimas de acoso, violencia o explotación.
La decisión de una persona, legalmente hábil, no puede ser descompuesta hasta la búsqueda de la destrucción moral de otra persona. Es como culpar al cantinero por el tremendo ratón de la noche anterior, alegando que era él, y no el bebedor, quien debía poner los límites personales y particulares ante la bebida alcohólica, legal y en libertad servida.
Ahora, la joven recibe lo que buscó para el cantante, una completa cancelación por lo absurdo y vacío de su planteamiento. Las discusiones morales son tan amplias que no se puede hacer un extremo en ellas.
*La Iglesia Catedral de San Felipe parecía una galería filtrante por la lluvia. La Avenida Cartagena, en las cercanías del IUMPM, recrea a la perfección un paisaje lacustre, propio para practicar el canotaje, insuperable para un kayak. Las fallas de drenaje y del suelo en las adyacencias del Circuito Judicial Penal son una bomba, no de tiempo, sino constante.
¿El punto? Estos problemas, y otros tantos, son recurrentes, tienen años y algunos hasta décadas. No se trata de que la culpa sea de un ente o de otro, sino la extrema fragilidad de cada solución. No creo que hacer que la Catedral no se moje cuando llueva, requiera de un gran despliegue de ingenieros y de la mayor tecnología, cuando a todas luces es un problema de drenaje.
Ni hablar del problema en la Avenida Cartagena, cuya presentación la advierten los conductores al momento de la lluvia, es decir, se abstienen de ir por esos lados cuando llueve para evitar jugar al carro anfibio en el intento de cruzar.
En definitiva, los problemas generales de nuestro estado, nuestros municipios o nuestro país, son los mismos que pudimos reflejar ayer, hace cinco o hace veinte años, y eso no puede ser. Como si se tratara de un bucle temporal, hay que romper con estos problemas que se disfrazan de una constante cuántica, cuando en realidad son dificultades que se han enfrentado con piratería, improvisación y baja calidad de la solución.
Hablamos de electricidad, y caemos en lo mismo. El agua, los drenajes, la vialidad, la señalización y semáforos, la seguridad o el problema que sea, tiene que comenzar a asumirse con una perspectiva de cambio, no en odas idealistas ni románticas, sino en análisis profundos para encontrar soluciones no solo puntuales sino definitivas. Creo que una buena idea sería abrir un concurso de proyectos sobre cada problema, y que gane lo mejor, o seguiremos leyendo sobre los mismos problemas, no importa la fecha en que lo hagamos.
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