
Recientemente, hemos sido testigos del asesinato a manos de sicarios de dos jóvenes que hacían vida en las redes sociales, de muy corta edad: 23 una joven de México y 22 una joven de Colombia; imponiendo la necesidad de escudriñar en los conceptos, la manipulación y el provecho político, -sí, hasta eso-, que quiere sacarse del asunto. El feminismo malentendido es una rémora que hoy aliena a las mujeres y les otorga la categoría de empoderamiento a toda fémina que, sin importar el cómo, consiga el éxito de la fama, el dinero y la vida ostentosa.
Como lo decíamos, una nueva ventana de Overton que pretende llevar a niveles, no solo de aceptación sino de búsqueda, un modelo de conducta en la disrupción de los códigos morales que, por décadas, han enarbolado las mujeres, las del buen feminismo.
Toda muerte violenta es intolerable, dolorosa y debe, en su esencia, combatirse su causa y efecto. Estas jóvenes, como otras tantas, por más transgresora que haya sido su propuesta de conducta, no merecían tan cruel final, ni mucho menos, por tanto, nadie en su sano juicio puede apenas insinuar su justificación, como nada podría darle sentido. No es el final lo que pretendo poner en el tapete, es el camino sinuoso y común que parece llevar, comprobadamente, a dicho destino.
Deberíamos sincerarnos, de una vez por todas, y asumir que el asesinato de una mujer no necesita de particular adjetivación. De existir y entender el feminicidio, sería sí y solo sí, la muerte de la mujer se produce esencialmente por la condición de ser mujer y ya, no porque fue víctima de un atraco, porque tenía relaciones con grupos delictivos o porque convivía en ambientes de violencia intrafamiliar.
Los feminicidios que se producen en volúmenes alarmantes, ocurren en sociedades donde el papel de la mujer ha sido degradado y reducido, pero que, curiosamente, no son motivos de atención ni protesta de los movimientos feministas globalistas, esos que dicen apoyar a la mujer porque tal relato es una bandera política atractiva en el catálogo progre, pero no por convicción.
Son los mismos movimientos que defienden que la mujer use, por obligación cultural o religiosa, una prenda de vestir, produciendo una paradoja de características indescifrables: defender la libertad de la mujer de ser obligada a usar algo.
En este sentido, cuando por simple elemento de pragmatismo político y discursivo se manipula el sentido de hechos y de términos, de conceptos, es irremediable que las políticas o acciones que busquen erradicar el maltratado evento, fracasarán de forma estrepitosa, porque parten de premisas o hipótesis alienadas.
No es, por tanto, una casualidad que en las sociedades donde existen estas burocráticas estructuras que defienden conceptos anacrónicos y distorsionados sobre la realidad de la mujer, tales entidades fallan dramáticamente en sus objetivos de reducción de la violencia contra la misma, porque atacan una entelequia supeditada a un guion globalista irreal.
Las jóvenes que motivan este artículo de análisis, no perdieron la vida por ser mujeres, sino por elementos que deben definirse de forma muy puntual y precisa. ¿Pudieron haberse evitado estas muertes? Tal vez, pero con complejos mecanismos que ni siquiera se acercan a los pañuelos morados, a los bancos rojos de plaza o a poner la mano de una forma o de otra. Toda esa parafernalia termina siendo una ridiculez frente a un sicario contratado para segar la vida de alguien.
Los elementos que debemos revelar en cada uno de los casos son los mismos que deben ser motivo de alarma en una familia o en un hogar con códigos morales y éticos sólidos. ¿No debería alarmarse una familia si un muchacho de la misma llega a casa con un teléfono de $ 1.500, ropa de marca o un vehículo último modelo?, ¿esa alarma es tan grande cuando quien llega con semejantes objetos y hasta con cirugías cosméticas, es una chica hermosa de unos escasos 20 años?
Los valores éticos de una sociedad son cambiantes, tanto como son cambiantes los tiempos y las culturas. Pensar, por ejemplo, que los indios o los esclavos africanos eran considerados seres sin alma hasta tiempos de la colonización, es ahora una atrocidad, pero una sociedad orientada por intereses bárbaros, era capaz de semejante premisa, y mucho más. Cada época define en las conductas sociales cuál es la codificación que las rige, por ello el anacronismo y el chantaje de pensar en una reivindicación actual para los pueblos indígenas o africanos, es al menos populista, y muy contaminada con el progresismo, ya que nada como una disculpa o una estatua, puede retrotraer el pasado para corregirlo y enmendarlo.
El feminismo extremo tuvo su momento, pero no ahora, y parece no querer adecuarse a la modernidad y no asumir que su compendio conceptual trae más perjuicios que beneficios a la mujer.
Sostener que hay una “brecha salarial”, por ejemplo, y que eso amerita una lucha es, al menos, una falacia. Con la brecha salarial pretenden las feministas progres vender la idea de que a la mujer se le paga menos por el mismo trabajo del hombre, por el hecho de ser mujer.
Al inquirir al menos un ejemplo que lo certifique, hablan de muchos o apelan a la falacia “ad populum”: como muchos lo dicen o lo creen, luego debe ser cierto. No hay un ejemplo apenas de ello, en igualdad simple de condiciones, que demuestre que la mujer gana menos por el hecho de ser mujer.
Allí, el feminismo disfrazado apela entonces al mundo del deporte, un sector económico de ingresos muy elevados, pero de cánones bien definidos. Un jugador de beisbol de Grandes Ligas gana esas exorbitantes cantidades porque mueve a un sinnúmero de fanáticos, llena estadios, su nombre es por sí una marca en implementos deportivos. Ni decir del mundo de fútbol donde los ingresos son astronómicos.
La respuesta allí sería simple: que llenen estadios como Messi o Cristiano, que muevan esa fanaticada, que generen esa ola de ingresos y veremos. Obviamente, ninguna feminista de esta ola hablará de las hermanas Venus y Serena Williams, tenistas profesionales que fueron ampliamente calificadas como las mejores en su momento, y esa excelencia reflejada en sus millonarios ingresos. Muchos hombres tenistas profesionales quisieran tener, por igualdad, los ingresos que aún mantienen estas hermanas, pero no veremos un movimiento pro masculino pidiendo tal ridiculez.
Así llegamos a los dos elementos primordiales de nuestra opinión. Eso de que “las mujeres facturan”, tan expuesto y enarbolado por la cantante Shakira, parece que es un leitmotiv para que la mujer obtenga ingresos sin importar el cómo.
Se acaban los conceptos que ayer defendían la integridad moral de la mujer, porque lo importante es obtener mayores ingresos, y si los atributos físicos son la diferencia, pues que venga ya. Ni por un momento se ponen a pensar estas ideólogas que los consumidores de ese contenido que degrada y cosifica a la mujer es, en su mayoría, hombres.
En la ecuación de mercado, no importa que el ingreso provenga del bolsillo de esa entelequia anacrónica llamada patriarcado, claro que no. Lo que importa es que el dinero es constante y sonante, vulnerando hasta los códigos defendidos en parte de sus discursos.
Finalmente, el feminicidio resulta ser una ficción cuando los elementos que perturban al feminismo actual, son los mismos que definen el supuesto delito. Solo he visto en redes sociales el caso de un hombre en una estación del metro en Barcelona, España, golpeando y atacando mujeres, sin causa aparente. Individuo perteneciente a una cultura que, por lo general, trata a la mujer como cosa, y donde no existen movimientos feministas. Qué curioso, donde en verdad hace falta la bandera, no la levantan.
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