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martes, abril 1, 2025
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Notas desde Farriar… Un entierro perfecto

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Si el entierro es el fin de la vida, en el se cumple la distancia definitiva entre el muerto y los deudos, el velorio es el reino de las emociones conflictivas, el espacio donde el desordenado tiempo interior no se decide entre acatar la muerte o negarla, ello por la engañosa estadía de ese muerto que aún no se ha convertido en recuerdo; un cadáver de cuerpo presente es una presencia inquietante precisamente por el hecho de que la ausencia no acaba de cumplirse del todo.

En el Caribe el entierro se haya profundamente arraigado entre las prácticas sociales de nuestro pueblo, y constituye uno de los motivos principales más utilizados como inexcusable recurso para promover y propiciar un acercamiento entre los hombres, un rato de confraternización y de solidaridad con el sufrimiento o el dolor ajeno. Pero también asusta esa cita a las 10:00 am, a las 2:00 pm o las 4:00 pm con la sepultura; la muerte es la última prisa del vivir, la sepultura es la penúltima cita con el olvido.

Una vez convertidos en cadáveres comenzamos a apestar a la memoria. Excepto los inmortales como Ismael Rivera, “El Sonero Mayor”. No sé, quizás lo que llamamos inmortalidad es el modo terrenal del infierno. Jamás salir de la necesidad es poco consuelo para el olvido. Pues bien, en este guaguancó titulado “Entierro a la moda”, con Ismael Rivera y el trabuco del timbalero Francisco Ángel Bastar “Kako”, además de haber sido un genial ejecutante del timbal, fue uno de los más carismáticos músicos en el ambiente latino de Nueva York.

En este tema “El Sonero Mayor” visiona su propio entierro con un lenguaje musical directo y conciso, con una banda breve y una combinación de trompeta, saxo alto y trombón más ritmo completo que le dio un estilo mucho más íntimo y directo contra aquella salsa estéril y frenética que pretendía alejarse del barrio.

En este guaguancó el sonero recurre al símbolo del entierro para imponer la ficción sobre la realidad. Aunque expresada está en su exacta dimensión, que como un conjuro humano buscará acudir a la premonición para espantar la sombra trágica de la muerte.

Ese escorial permanente que es la cultura hispánica, se concreta aquí en un entierro simbólico. La muerte como sonido queda burlada del modo más ejemplar. Pero “El Sonero Mayor”, sin embargo, no traiciona la realidad, sino que se aferra a ella y la hace servir a sus designios abandonándose al dolor que rebasa sus fuerzas y al desamparo transformándose todo este espectro en una franca sensualidad fúnebre.

En todo dolor comunitario hay una pisca de narcisismo: si no lo creen pregúntenle a la tragedia griega, a las rasgaduras de vestidos bíblicos o al planto medieval. Es un acatamiento sensual a la vez que un testimonio histórico. El entierro se convierte en realidad sonora:

Entierro a la moda

Mi entierro va ser el acabose

Ahora verán como lo quiero

Crucecitas, coronas, cero flores

Pues, yo lo que quiero es que lo gocen

También en mi caja yo quisiera

Unos cigarrillos y algo fuerte

Para seguir bebiendo y fumando

Después que me lleven donde quiera.

Que no falte Tito Puente

Roberto y su Apollo Sound

Willie Colón con su banda

Pacheco con su tumbao

También Cortijo y su combo

Tommy Olivencia y su orquesta

El “Kako” con su trabuco

Y Maelo que les canta.

Que vayan tocando mambos, sones

rumbas y guarachas

Pa’ que todas las muchachas

con su parejo vayan echando

y a lo mejor de la caja

yo me levanto y salgo a bailar

(Montuno)

Yo me levanto y salgo a bailar…

El entierro simbólico de Ismael Rivera, así como lo visionó él en este guaguancó en 1978, se cumplió a cabalidad el 13 de mayo de 1987, esta premonición se transformó en expectativa sonora donde la música callejera, un olor a pueblo congregado y el rumbón hasta el cementerio de Villa Palmera en Santurce, donde fue sembrado al lado de su amigo y compadre el plenero, conguero y timbalero mayor Rafael Cortijo, es decir, Dios los cría y ellos se juntan.

Yo ví cuando “El Sonero Mayor” se levantó de la caja fúnebre y en medio del alboroto salió a bailar y le grito a la muchedumbre enardecida como el poeta Pablo Neruda: “Que se vaya al Diablo la muerte”.

Lea también: NOTAS DESDE FARRIAR… Cantares del subdesarrollo

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