
La Avenida Alberto Ravell se vistió de gala con su llegada, cediendo buena parte de sus predios aledaños a un proyecto universitario largamente anidado en la mente de su gente. Muchos fueron convocados, muchos llegaron de diferentes partes de la geografía para configurar o hacer parte de esta singular obra.
Los elegidos tendrían el honor de convertirse en los gestores de un proyecto que trascendería hasta convertirse en lo que es hoy una universidad que honraría con su nombre a un ilustre personaje, don Arístides Bastidas.
Al cumplir 51 años, el ayer Iuty, hoy UPTYAB los egresados están retornando en un periplo imaginario, han iniciado una travesía, vienen a recordar recorriendo imaginariamente sus queridos recintos.
Retornan a la casa de sus gestores, de los gestores de la profesión que abrazaron, algo en su interior los anima, no la olvidan, allí dejaron lo mejor de si de su pasado universitario, vienen cabalgando sus espacios, allí saborearon las mieles de los triunfos y el agridulce de sus efímeras derrotas, pero se repusieron saliendo airosos y superando los reveses, se hicieron grandes al diplomarse.
Sus pasos y sus voces aún resuenan en los pasillos, quedaron encofrados para siempre, aquellas voces cargadas de sabias enseñanzas aún continúan escuchándose, de cerca y de lejos, van con el recuerdo, van en el corazón, van de la mano de aquellos que un día cruzaron las puertas del saber que se abrían ante ellos para recibirlos cual sagrada comunión.
Ellos, los del ayer, han respondido al llamado de su Alma Mater, curtidos como profesionales en la madurez de sus vidas para celebrar alborozados la magna fecha de su nacimiento, sus 51 años plenos de éxitos y de conquistas.
Han hecho una pausa en su transitar, están regresando, y en sus recuerdos han vuelto ha revivir las emociones que una vez sus claustros universitarios les depararon, para quizás nunca olvidar emprenden este viaje imaginario.
Llegan, se adentran y una bella placa montada sobre una extensa y reluciente cerámica los detiene, recrean su mirada, allí encriptados aparecen los nombres de sus gestores. Con un acto reverencial prosiguen su recorrido, se detienen, aparece la biblioteca con sus abnegados facilitadores, topándose al proseguir con los profesores Arnaldo, Olga, Ana y Nelly saliendo de sus laboratorios de Química, aún con sus relucientes batas blancas puestas.
Pasan por frente del auditorium, escenario de múltiples actos y singulares presentaciones; dan la vuelta, penetran las aulas, ven complacidos a sus profesores de las subyugantes y tortuosas matemáticas: Perdomo, Sotomontes y Azuaje son los grandes de los números.
Hacen una pausa y en ese espacio que conecta con los jardines ven a lo lejos reunidos con sus alumnos al frente de un pizarrón a Bernardo, Venero, Sequera, Emiliano y Carmen, revisan libros y revistas que una casa editorial exhibe bajo una singular construcción con techo cónico.
Y muy próximos aparecen el cariñoso “Topo” Julio, junto a él Tejeda y Abelardo enseñando el manejo del Teodolito. Ya de salida de este cronológico andar entro al cafetín, y allí sentados me encuentro en una especie de tertulia a otros apreciados y queridos profesores: Ana, María, Juan y Humberto, los que nos enseñaron a querer los suelos.
Atendiendo a un honorable grupo de visitantes aparecen Alberto, Ledys y Paúl, los que con su trajinar reseñan y resguardan las vivencias del diario acontecer del otrora Iuty.
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