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lunes, noviembre 25, 2024
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Monib Ballan, mi amigo

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Aquiles Nazoa, uno de los venezolanos más inteligentes que he tenido la dicha de leer, escribió entre muchas maravillas su Credo. En el, plasma en el papel los valores en que creía. Uno de esos valores es “La amistad”, y si mal no recuerdo dice: “… Creo en la amistad como el invento más hermoso del hombre…”. Siempre me gustó esa definición. Tengo un culto por la amistad. Me hace feliz cultivarla y cuidarla.

Ese cuidado por la amistad, es una actividad hermosa. Es como tener una  planta que queremos y la regamos, abonamos, recolectamos agua de invierno que conservamos y, racionalmente, usamos con frecuencia para que al llegar el verano ella no extrañe el buen alimento y se mantenga sana, fuerte, con un buen follaje, con sus hojas brillantes, llenas de vida.

En forma similar, actúo cuando tengo un amigo, me hace feliz hacer sentir mis afectos. Esa es digamos mi forma de vivir y convivir. Quiero a mis amigos como si fueran mis hermanos. Así, Dios me ha dado la gracia de tener amigos, buenos amigos, a quien quiero como hermanos, como parte de mí.

Desde hace varios años he experimentado la dicha de tratar, conocer, querer y convivir con un buen amigo: Monib Ballan, quien es el prototipo de luchador incansable, virtuoso, honorable y sobre todo un buen amigo.

Ya era parte de mi vida nuestras diarias y amenas conversaciones en las noches de Guama. Esas noches que tenían como escenografía la luna de Guama, esa luna callada, fiel, hermosa que nos brindaba escenario ideal para que Monib, extasiado, expresara que “era la misma luna de Arabia que venía de noche a Guama a ver cómo se sentía”.

A veces, recordaba viendo la luna los olivos de su tierra natal, que confesaba le gustaba observar recorriendo los caminos de su tierra montado en un buen caballo.

Me nació un bonito afecto por mi hermano Monib. Hoy, llega la triste noticia que ha fallecido y no puedo callar la tristeza que domina mi humanidad. Quisiera tener una explicación que limite la tristeza que me invade. Otra vez, la cómica muerte se sale con la suya y se lleva a un ser querido.

Bueno, mi querido amigo Monib, desde nuestro Guama, ese pueblo donde hiciste tu vida, formaste una familia ejemplar y dedicaste los grandes esfuerzos de tu vida. Sí, desde este pueblo que hiciste tuyo, te despido, y al expresar a la señora Hilda, tu virtuosa esposa, a tus queridos hijos mi palabra de condolencia a la que se une la de mi familia, quiero repetir aquella expresión de Shakespeare al final de Hamlet: “… Ahora, se rompe un corazón. Buenas noches, dulce príncipe. Que coros de ángeles te canten en tu descanso…”. Dios te bendiga.

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