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viernes, noviembre 22, 2024
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La alegría

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Cuando Dios creó este mundo, todo lo creado desbordaba de bondad y felicidad, y es más, todo se superó cuando Dios creo al hombre. Pero, lamentablemente la aparición del pecado conllevó para el hombre, un paquete de limitaciones, tanto en lo material, como en la forma de enfrentar la realidad por el hombre, quien quedó muy limitado en su vida “psíquica y en su actuar” y podríamos decir que: “La mala hierba se arraigó en la naturaleza del ser humano, unida siempre al bien.

Sin embargo, la alegría verdadera, apareció de nuevo en la Tierra, aquella vez que nuestra Santa Madre María dio su sí para aceptar ser la Madre del Hijo de Dios. Entonces, ella rebosaba de gozo, porque ella había sido concebida sin ese pecado de origen y su unión con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, era plena, y se ha convertido en “causa” de la alegría de todo el mundo, porque a través de ella, hemos tenido a Jesucristo que es el júbilo pleno del padre, de los ángeles y de los seres humanos, y la misión de Santa María; entonces, será darnos a su hijo Jesús, y por eso se la llama: Nuestra señora, causa de nuestra alegría.

Ahora bien, hace unas pocas semanas oímos el mensaje del ángel a los pastores: “No temáis, porque vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy en la ciudad de David…”

La alegría verdadera, la que perdura por encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes se encontraron con Dios, en distintas y diferentes circunstancias y decidieron seguirle. Por ejemplo, la gran alegría del anciano Simeón al tener en sus brazos al Niño Jesús o la de los Reyes Magos, que reencontraron la estrella que los conduciría donde estaba Jesús, María y José y la de todos aquellos que un día inesperado descubrieron a Cristo.
¿Por qué no lo han prendido? Preguntarán después los príncipes de los sacerdotes y fariseos a los servidores que posiblemente se ganaron un arresto al desobedecer: “Es que jamás hombre alguno, habló nunca, como este hombre”.

Es lo dicho por Pedro en el Tabor: “Señor es bueno quedarnos aquí” Y también el júbilo recuperado al reconocer a Jesús, los dos discípulos que caminaban a Emaús con gran desaliento, además del alborozo de los apóstoles cada vez que ven a Jesús resucitado. Y para mencionar las alegrías de María cuando dijo: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de alegría en Dios mi salvador”. Ella posee a Jesús plenamente y su alegría es la mayor que puede contener un corazón humano.

Queridos amigos yaracuyanos: “La alegría es la consecuencia inmediata de una plenitud de vida” y para nosotros esta plenitud consiste en “sabiduría y amor. Ahora, por su misericordia Infinita, Dios nos ha hecho hijos suyos en Jesucristo y partícipes de su naturaleza, que es precisamente “plenitud de vida”, sabiduría infinita, amor inmenso. No podemos alcanzar alegría mayor que la que se funda en ser hijos de Dios, por la gracia, una alegría capaz de subsistir en la enfermedad y en el fracaso.

El Señor prometió en la última cena: “Yo os daré una alegría, que nadie os podrá quitar”.

Cuando más cerca estamos de Dios, mayor es la participación en su amor y en su vida, cuando más crezcamos en la filiación divina, mayor y más tangible será nuestra alegría.

Ahora meditemos: ¿Pierdo fácilmente la alegría por una contradicción, por un contratiempo? ¿Me dejo llevar fácilmente por un estado de ánimo?
Amigos: ¡Qué distinta es esta felicidad de aquella que depende del bienestar material y de la salud, tan frágil! No olvidemos que somos hijos de Dios y nada nos debe turbar, ni la misma muerte.

San Pablo, recordaba a los primeros cristianos de Filipo: “Alegraos siempre en el Señor, os lo repito: alegraos” y también les recordaba la razón: “el Señor está cerca, en medio del ambiente difícil, a veces duro y agresivo, en el que se movían. El apóstol les recordaba: la mejor medicina: “estad alegres”.
Y es admirable este mandato del apóstol, pues cuando él escribió esta carta estaba encadenado en la cárcel. Y en otra oportunidad, él escribe: “Abundo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones.

Para la verdadera alegría; nunca son definitivas ni determinantes las circunstancias que nos rodeen, porque está fundamentada en la fidelidad de Dios, en el cumplimiento del deber, en abrazar la cruz, entonces: ¿Cómo es posible estar alegres, ante la enfermedad, ante la injusticia?

Queridos amigos: ¿No será esa alegría una falsa ilusión o una escapatoria irresponsable? No, la respuesta nos la da Cristo: solo Cristo. Solo en él se encuentra el verdadero sentido de la vida personal y la clave de la historia humana, en su doctrina, en su cruz redentora, cuya fuerza de salvación se hace presente en los sacramentos de la Iglesia, encontraréis siempre la energía para mejorar el mundo, para hacerlo más digno del hombre, imagen de Dios, para hacerlo más alegre.

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