spot_img
viernes, junio 6, 2025
InicioOpiniónNotas desde Farriar: Juana Peña ahora me llora

Notas desde Farriar: Juana Peña ahora me llora

- Publicidad -

Eran las 10:00 de la noche, y el rumbón callejero llegaba hasta mi con el eco de una guaracha interpretada por Héctor Lavoe, no sé si era “Juana Peña ahora me llora”. Lo cierto es, que en el trayecto bailaba inventando pasos al son de la guataca y el bembé desafiando la calle y la noche.

Cuando llegué al baile en la casa de Carmen Mercedes, me recibió con senda cerveza para ir buscando la inspiración. Sí, era Juana Peña, que derrochaba talento bailando y era el centro de atención en aquel corredor inmenso.

Yo nada más miraba la combinación de pasos verticales y horizontales de aquella soberbia mujer de voluptuoso cuerpo. Me dejé llevar por el tiempo, pero no aguanté el desafío y enfrenté decididamente el baile tirando tijeretas con pasos cortos. Juana Peña no se amilanó, por el contrario, parecía una mujer de hierro que una y otra vez iba y venía moviendo la cadera, los hombros, los brazos y las piernas.

La noche empezó a caer sin tiempo, sin límite, y la fiesta se tornaba más caliente, cuando oí sonar a la guarachera y sonera Celia Cruz, quien cantaba como le daba la gana. “Me invitaron pa’ un tambor / rumberos del vecindario/ y al comienzo de la rumba apareció el negro Olegario/ Olegario tiene celos/ porque no puede igualarme/ en eso puedo inspirarme / canto y me oyen en el cielo…”/. Sí, era el negro Olegario con su pinta de galán guapachoso queriendo impresionar a Juana Peña.

Sonaba el güiro, las trompetas, las congas, los trombones y ella ejecutaba una danza celestial salvaje, y después se quitaba la piel y se perdía y reaparecía con su piel sensual. Cuando ella se acercaba, la gente quedaba sorprendida por los movimientos que parecían como remolinos de agua, y sin ninguna dificultad, Carmelina sonriente volvía a la mesa como si nada hubiera pasado.

Me agarró la madrugada con su carrera interminable, las luces opacas languideciendo, disolviéndose en el cielo. Las caras de las mujeres borrosas. El cielo cuajado de estrellas. Un cielo brillante, un cielo oscuro. Las palmeras se adivinaban por unos trozos que sobresalían en la oscuridad.

La luna levemente enrojecida palpitaba como una braza diluyéndose en el espacio. Y el cuerpo de Juana Peña ardiente, el cuerpo sudando, cuando la invité a bailar cerca de la 2:00 de la mañana, música de fondo: Beni Moré, tocaba ahora el famoso y lento son montuno Mata Siguaraya.

Juana Peña hizo una pausa con pasos entrecortados y la atraje a mi cuerpo. Un silencio flotaba entre los dos interrumpidos por el sabrosón jaleo del montuno. Sequé el sudor de mis manos en el pantalón. Fui hasta ella, se incorporó. La tomé de nuevo entre mis brazos y empezamos a bailar como si Juana Peña fuera mi novia.: suavemente, mejilla con mejilla, cuerpo con cuerpo, ojos cerrados.

Ella fue quien me besó. Cuando separó sus labios, en voz muy baja, me preguntó: ¿Por qué este silencio sin comunicación, esta monotonía inesperada e inexplicable? Parecíamos dos extraños viajando hacia el mismo sitio. Bailando uno al otro sin hablar. ¿Acaso este silencio comunicaba el deseo de estar juntos por más tiempo?
Ismael Rivera, el sonero mayor, en una mesa sentado sorbiendo un buen trago de Whisky me miraba fijamente, y haciéndole señas me gritó: “atácala que ella cae/ maribelenba que ella cae/”. Yo debía amarla, amarla tanto como ella a mi. Y reducir la soledad de Juana Peña a la trivialidad de una receta de cocina. Yo debía entender que solo pueden sostenerse las emociones y la pasión cuando están hechas por dos.

Las luces se extendían en las líneas paralelas y onduladas, haciendo un arco en el aire, el viento frío jugaba entre las palmeras y Víctor Piñero, con su chaleco azul violeta y su mano izquierda en el oído para darle mayor dimensión sonora a la canción, su voz retumbaba en los sótanos del cielo cantaba la guaracha amorosa: “Ya voy hacía ti amor mío / espérame entre palmeras/ como la primera vez / y el tiempo mueve tu pelo dulcemente y con antojo / ay como la primera vez/”.

Juana Peña y yo caminamos entre las mesas, y se veían borrosas las figuras entre el humo de los cigarrillos. El saxofón alto tenor de la orquesta ejecutaba una escala musical: “Juana Peña ahora me llora”. Juana Peña y yo nos fugamos con la brisa matutina y el viento soplando sobre nuestros cuerpos nos llevó hasta el Edén perdido, cuando le dije “te estaré buscando en miles de mundo y durante 10 mil vidas hasta encontrarte”.

Leer también: Francisco de Miranda en la llama de una vela

Artículos relacionados

Últimas entradas

lo más leído

TE PUEDE INTERESAR