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miércoles, mayo 21, 2025
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Notas desde Farriar… Crónica de una película malvada

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Jean Valjean es paradójicamente una caricatura. Al más noble, consecuente, solidario, afectuoso, heroico de los hombres, le pagan con traición todos los que recibieron su ayuda, al final hasta la hija por la que robó el pan que marca su destino de perseguido eterno.

Víctor Hugo, dejó para la posteridad con Los Miserables un tiempo poético, sociológico e histórico, en el cual su obra ha sido llevada al cine más de 11 veces. Hombres o mujeres como Valjean, la decencia no están solos, sino rodeados de otros, muchos, a los que se unen en la marcha vital, y no son los únicos contra una Humanidad “holísticamente” malvada. Hoy los Valjean están rodeados de millones de hombres y mujeres que les dan fuerza existencial y están dispuestos a correr con ellos el mismo destino.

Su entorno es la mayoría, el pueblo con una buena dosis de conciencia que se erige contra una sociedad que puede parir alimañas y el descarrio moral organizarse para avergonzar al homo sapiens, y en la cual se retrata la catadura de una cáfila que ha podido arrastrar por los cabellos para humillar cualquier infecto rincón en la que la condición humana se reduce a un caldo de protozoario.

Maltratar a mujeres con la sonrisa llena de moscas, una nariz agusanada y ojos que eyectan liendres, está por debajo de la dignidad de cualquier ser vivo. La catadura moral de esta cáfila es mejor que la mafia, que no reclamaba ninguna calificación ideológica para robar y asesinar, no se enmascaraba en un seudodiscurso político y sus miembros se asumían como lo que eran sin más.

A pesar de esto, tenían un código de ética inviolable. No agredían mujeres ni niños, y a un conocido gánsters de Chicago lo ajustició su propia banda por matar la mujer de un pandillero enemigo. Dillinger, Al Capone, Genovese, Luciano, establecieron: “El que se mete con las mujeres, incluso con la del enemigo, lo paga”.

Era un código de honor que quien pertenece al vertedero demagógico no puede entender. Con alevosía incomparable, reptante que hace parecer lores a humildes sietecueros lanzan su carga de resentimientos acumulada en tantos años de recoger basura, con la orden de una figura contrahecha por el exceso de proteínas, especie de Hecatónquiros con cerebro de lombriz que golpea y golpea, lo único capaz de hacer.

El Padrino III termina con una estremecedora secuencia. Mientras Michael (Al Pacino) está en la ópera, los rápidos cortes de Coppola nos enseñan en diversos lugares y simultáneamente un set de ejecuciones ordenadas por él. Asesinos se deslizaban al palco de un teatro y matan, en un salón del Vaticano y matan, una oficina bancaria y matan, y como fondo las notas estremecedoras de Cavallería Rusticana. Pozos de sangre. Familias destruidas, llanto, dolor. Pero Michael Corleone recibe su castigo luego de la secuencia demoniaca de asesinatos ordenados por él. El crimen no paga, dicen.

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