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miércoles, mayo 7, 2025
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Otra Lorenzada: Eso es la pura verdad

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Cuando se agota el recurso de nuestra querida mente, nos pega como corriente y entristece al corazón al no encontrar un motivo que nos dé la inspiración. Al momento cuando alguien formula la petición sobre un tema interesante en cualquier conversación, nos ponemos congelados sin dar la contestación, un criterio vale mucho aquí, y en cualquier nación, cuando es limpio y constructivo al brindar una opinión, por eso a cada momento aliña con buen sazón, lo que es para un público que nos muestra afecto de admiración, unido a ese aliciente de la felicitación, más si el producto es inédito, sin la chispa de copión, con fragmentos de otros tomos y de otros fue la producción.

A todo lo que se escriba hay que poner buen sazón, eso le gusta a la gente que sabe de esta cuestión, no olvidar de dónde venimos con esta loable misión, y que Dios precisamente fue el que nos dio ese don, y como seres humanos nunca nos falta un pelón, es cuando llega el momento de decir Padre perdón, recibimos de lo más alta paz y alegría en nuestro corazón.

Con la justicia divina las cosas son como son, lo mío en cada momento es mi humilde versión, la entrega con sencillez, cuando llega la ocasión, el premio más importante de cada publicación, es cuando en la calle los amigos, por montón, con palabras elogiosas, me otorgan la felicitación, eso es como comer hallaca en diciembre o un rico pan de jamón, o como bañarse en un río cuando hay un gran vaporón, viene una segunda parte, hasta aquí esta exposición.

En otro orden de ideas, jamás me había enterado de que los loros podían vivir tantos años,  es el caso de uno que convive en nuestro hogar desde 1977, que fue traído desde Pedraza, estado Barinas, ciudad de la capital barinesa, donde estábamos residenciados en ese entonces.

Dicho pichoncito lo trajo una señora como regalo para Ismenia María Víez Núñez, hija única en nuestro hogar. Dicha señora, quien trajo ese especial regalo, era de nombre María Negrín, quien a su vez fue la esposa de Marcelo Ortega, un yaracuyano con muchos años residenciado en este estado.

Al darse cuenta de que la niña quería una mascota para entretenerse, un domingo por la tarde llegan en su camioneta de visita con una caja, de esa donde vienen los zapatos, con mucho algodón como nido y el pichoncito con la cabeza pelaita.

La doña dice: “Ismenia, aquí tiene este regalo para que lo críe, y este gotero para que lo alimente, le abre el piquito y le da por gotas la lechita, y cuando vaya creciendo le hace sopitas con pedacitos de pan suave”.

De inmediato, la niña agarró esa tarea y se encariñó hasta la fecha, lo bautizó Kico, por un artista de México, humorista de nombre Carlos Villagrán. Una vez cuando ya estábamos de nuevo en San Felipe escapó de su jaula, y duró dos días de ausencia, y eso eran lágrimas a granel.

Entre nuestra hija Ismenia y mi esposa Olga, cuando aún vivía,  lo enseñaron en sus manos a bailar y cantar. Ya está canoso y casposo, pero no deja de hablar con 47 años encima, que ya los va a completar.

Leer también: Esta es mi opinión

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