Sin duda ninguna, uno de los problemas más notables que existe en la sociedad actual, consiste en la opinión pública, que no es otra cosa que la opinión que todo el mundo tiene con relación a todo lo que en nuestro entorno sucede o existe.
Yo no conozco a nadie que logre escapar de esta experiencia, todos opinan acerca de hechos o fenómenos: sociopolítico, económico o deportivo, y muchos opinantes no tienen base intelectual para hacerlo. Después en segundo lugar, pero con no menos importancia, opinan sobre sucesos familiares, educativos y religiosos.
Veamos lo que ha sucedido en otras épocas, las obras del señor Jesús fueron muy mal entendidas. San Marcos nos relata en su evangelio, que en una oportunidad en que “el señor Jesús sacó un demonio de un hombre”, la gente presente quedó muy admirada, pero los escribas, que habían llegado desde Jerusalén decían: “Tiene a belzebú (demonio mayor) y por eso logra sacar a los demonios”, y lamentablemente, esta opinión confundía al pueblo que era el beneficiado de estas buenas obras.
Por amor a Dios, al prójimo, y por justicia, el cristiano debe ser justo en sus opiniones, porque vive en un mundo que normalmente maltrata con palabras al ser humano, a quien se le debe buen nombre, respeto y consideración, virtudes que han merecido en su vida, porque cuando más conocemos su carácter, fama, personalidad, inteligencia y corazón, así, con estos parámetros, es que debemos medirlo.
¿Qué es ser justo con el prójimo? Necesitamos dominar la lengua y no obrar con atolondramiento y frivolidad, sin contenido interior ni presencia de Dios, porque ¿Cuántas injusticias podemos cometer al emitir juicios irresponsables sobre el comportamiento de personas que conviven, trabajan o se relacionan con nosotros? Entonces, debemos recordar al apóstol Santiago, cuando dijo: ¡La lengua puede ser un mundo de iniquidad!
Por lo tanto, la calumnia, la maledicencia y la murmuración constituyen graves faltas de justicia con el prójimo. Pues, el buen nombre es preferible a las grandes riquezas, porque con su pérdida, el hombre, víctima de estas diatribas, queda incapacitado para realizar una buena parte del bien que podría hacer.
Ahora bien, el origen más frecuente de la difamación, de la critica destructiva y la murmuración es la envidia, de aquel que no tiene las cualidades del prójimo, el prestigio o el éxito de una persona o de una institución.
De igual forma, quien murmura a través de la prensa u otro medio de comunicación, haciendo eco o publicidad a hechos calumniosos, comentados al oído, o mediante el silencio de la defensa de la persona injuriada, porque el silencio puede equivaler a una aprobación de lo que se oye, y también por eso se aprueba la difamación: “rebajando” injustamente algún bien realizado, porque comentar rumores infundados constituye una injusticia contra la buena fama del prójimo.
Ahora, si se difama por medio de revistas, radio o TV, se aumenta la difusión, y por cierto la gravedad de una injuria. Porque no solo las personas tienen derecho a su honor y fama, sino también las instituciones, en este caso la gravedad puede ser mayor, por las consecuencias que puede tener el desprestigio público de las instituciones criticadas.
Podemos preguntarnos hoy en nuestro tiempo de oración, en los ambientes en los que se desarrolla nuestra vida de familia, trabajo, amistades: ¿Se nos conoce por ser persona que jamás habla mal del prójimo? y también ¿Si vivimos en toda ocasión ese sabio consejo: “cuando no puedas alabar, cállate”?