
Nunca creí que prepararía un texto para ser leído ante las cenizas de mi amigo y hermano Homero Pérez Oropeza.
Su singular destino lo llevó a visitar México, un país que quería y admiraba desde niño, sitio donde rinde su último tributo a nuestro buen Dios.
Cuando éramos infantes, cuando nuestros horizontes se extendían desde esa plaza que tenemos en frente, hasta el campo de beisbol existente en la Calle Occidente o Máximo, hasta nuestro cementerio, a “Mello” le hacía feliz el tararear canciones de esa nacionalidad, y nuestros héroes eran aquellos valientes charros que cantaban corridos, huapangos y que con elencos de primer orden enfrentaron poderosos enemigos.
A estos héroes, conviene agregar aquellos provenientes de la gran nación del norte. Me refiero a los vaqueros del oeste americano, a los criados en la selva africana como Tarzan y Jim de la selva, o aquel extraterrestre llamado Superman, o aquel canto al amor protagonizado por Natalie Wood en su «Esplendor en la hierba». O aquellas epopeyas majestuosas contenidas en “Los diez mandamientos” y “Ben Hur”.
Era una época de esas en las que los nobles escritores concluyen sus análisis con un «Y entonces, éramos felices». Nuestra infancia se desarrolla en ese medio físico y social. Nuestras diversiones eran el beisbol, unos tímidos partidos de fútbol, campeonatos de voleibol, policías y ladrones, las cuarenta matas, Palito mantequillero y otros.
“Mello” vivió toda esa época intensamente y desde niño, en la medida de sus posibilidades, aumentó el vínculo personal con los deportes. Se formó en ese mundo y llegó a ser destacado dirigente deportivo tanto regional como nacionalmente.
Hoy, la mano amorosa de María, su amada esposa, la de sus hijos, hermanos, primos, sobrinos, nietos y toda esa noble y buena familia, traen a Guama las cenizas de lo que fue su humanidad y, por supuesto, llegan a esta casa de grata recordación donde desde niños vimos a esos dos gigantes de la caridad: Rafael Pérez Cordero y a su noble esposa doña “Chilicha”, levantar y formar a una familia mientras de manera silenciosa hacían el bien. Corrimos, jugamos, compartimos, convivimos con esta familia, en esta vieja casona, en particular con “Mello” Pérez, mi inolvidable amigo.
Bueno, solo quería decir: celebro en medio del profundo vacío que nos deja el fallecimiento de “Mello”, que lo que queda de su humanidad, es decir, sus cenizas, sean veladas, aquí, en su casa donde seguro de su privilegiada mente, brotaron muchos sueños y se desarrolló esa personalidad que siempre se proyectó hacia el bien común.
Te abrazo María, amiga de las aulas en nuestros estudios de secundaria. Te abrazo en tu dolor, con tu triste y noble sonrisa, hoy, ante las cenizas de tu amado esposo. Te abrazo como amigo de ustedes y como compadre, que hicieron el honor de vincularme el día del bautizo de Zulma. Te abrazo, en tu silencio virtuoso. Ese silencio, que al ser analizado por nuestros santos protectores, motivarán un juicio celestial en el que se dictará una sentencia con esa frase que muchos quisiéramos se nos diga: «¡Lo has hecho bien! Si, mi admirada y respetada amiga: ¡Lo has hecho bien!
Quiero concluir este mensaje diciéndote compadre “Mello”, que celebramos este regreso a tu pueblo, a este Guama, donde todos te queremos. Ahora, llegas a otro plano, llegas con la bendición del Dios bueno, a quien pedimos te reciba en su reino y desde allí, como una estrellita con tu inolvidable sonrisa, con tu penetrante mirada, con tus buenos sentimientos, con tu legajo de bondad, con tus laboriosas y fuertes manos, contribuyas a iluminar nuestras vidas y protégenos. Dios te bendiga.
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