
De ese Francisco de Miranda, recibido por el ministro William Pitt en Londres, cuando buscaba apoyo a sus ideas de la independencia de Latinoamérica; el invitado a comer por Thomas Jefferson, presidente de los Estados Unidos; el amigo del director de la Academia de West Point. El recibido afectuosamente por la emperatriz Catalina de Rusia en su corte, me gustaría saber ¿cómo era físicamente?
Fue pintado por Arturo Michelena como un preso de La Carraca, presentándolo con la cara y cuerpo del escritor Eduardo Blanco que sirvió de modelo.
Existen referencias contenidas en su biografía escrita por don Alfonzo Rumazo González, que lacónicamente expresa que su amiga, la duquesa De Abrantes, dice en sus memorias: «Un día nos dijo Napoleón, comí en casa de un hombre notable. Creo que es un espía de Inglaterra y España a la vez. Vive en un tercer piso que está amoblado como la residencia de un sátrapa.
En medio de su lujo, se queja de su pobreza, y luego nos ofrece una comida preparada por Keo y servida en platos de plata. Es esta una circunstancia extraña que me gustaría que me expliquen. Comí allí con personas de la mayor importancia. Me gustaría volver a encontrarme con una de ellas, es un Quijote, con la diferencia de que no está loco.
Cuando mi madre preguntó su nombre, contestó ¡es el general Miranda; ese hombre tiene fuego sagrado en las venas!”.
Por su parte, la duquesa opina: “Miranda era de facciones y figura poco comunes, más bien por su originalidad que por su belleza, tenía el ojo de fuego de los españoles, la piel bronceada y labios finos y espirituales, aun en el silencio, su rostro se iluminaba en cuanto comenzaba a hablar cosas que hacía con inconcebible rapidez. En las profundidades de su alma debe anidar la llama de un fuego sagrado».
En su obra “Memorias de un recluta en la expedición mirandina», Jhon Edsal expresa que cuando parte la expedición del Leander, rumbo a lo que es hoy la República de Venezuela, tenía 18 años y se enroló con otros 15 jóvenes norteamericanos en tal expedición, y habla de Miranda: «El primer ser extraño que vi, ya en la travesía, fue un hombre de seis pies de altura (1,80 mts.), metido en una roja bata de mañana y en zapatillas. Hubiera podido ser calificado de robusto, a no ser por su palidez; su cabello tenía la blancura de la plata. Ha sido la persona más inquieta que yo haya conocido: al hablar movía constantemente las manos y los pies».
James Biggs, oficial norteamericano que prestó servicios en el Leander, nos describe a Miranda como de cinco pies y diez pulgadas de altura, es decir, de un metro setenta y ocho; el aspecto recto y dinámico; el cutis trigueño y fuerte; los ojos castaños, poderosos para el dominio y más aptos para la severidad que para la indulgencia; la nariz grande de tipo inglés.
Nunca se está quieto; los cabellos canos y largos los lleva atados detrás de la nuca. En conjunto, su rostro revela tenacidad y, al par, desconfianza. Duerme poco; se acuesta a las doce de la noche. No bebe licor, excepto vino, pero solo a veces; prefiere agua azucarada. Caballeroso, de ademanes cortesanos, se excede constantemente en el entusiasmo; es temible cuando encoleriza.
Altivo siempre, guarda distancia con los demás; habla con brillantez y con abundancia de conocimiento, en lo que lo ayuda su prodigiosa memoria. Al don de mando, une el de una gran capacidad para convencer. En ocasiones, se muestra temerario». Así era nuestro precursor.
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