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martes, abril 29, 2025
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Ismael Montoya: La alegría

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Es un motivo muy especial para estar muy alegres, el Señor Jesús, nuestro mesías, ha resucitado y este fenómeno sobrenatural nos llena de una inmensa alegría, porque volveremos a verlo, además, él nos aseguró una experiencia igual para todos nosotros, después de nuestra muerte.

Entonces, cuando el mundo surgió de las manos de Dios, todo desbordaba bondad, siendo su punto culminante con la creación del hombre, pero la alegría culminante vino cuando Nuestra Señora dio su consentimiento, y en su seno materno se encarnó el Hijo de Dios.

Ella tenía un profundo gozo, porque había sido concebida sin el pecado de origen y su unión con Dios trino era plena. Su respuesta se convierte en causa de gran alegría del mundo, con ella llegó Jesucristo, júbilo de Dios padre. La misión de Santa María es ahora darnos a Jesús, su hijo, por eso la llamamos causa de nuestra alegría.

Hace algunos días contemplábamos el anuncio del ángel a los pastores: “No temáis, pues vengo a anunciarles una gran alegría, que lo será para todo el pueblo, hoy en la ciudad de David, la alegría verdadera, la que queda por encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes se encontraron con Dios en diversas oportunidades, y supieron seguirle, es la de Simeón, cuando tuvo en sus brazos al Niño Jesús, o el gozo de los magos al ver de nuevo a la estrella que les conducirá hasta Jesús, María y José, y de todos los que un día inesperado descubrieron a Cristo”.

Posteriormente, los príncipes de los sacerdotes y fariseos preguntarán: ¿Por qué no le habéis prendido? Y su feliz respuesta fue: “Es que jamás hombre alguno habló nunca cómo este hombre”. Es la dicha de Pedro en el Tabor: ”Es bueno quedarnos aquí”, o el júbilo de los discípulos que caminaban a Emaús con profundo desaliento, al reconocer a Jesús, o “el alborozo de los apóstoles al ver a Cristo Resucitado”.

Entre todas estas alegrías, la de María: “mi alma glorifica al Señor y mi espíritu, está transportado de alegría en Dios mi salvador”. Ella posee a Jesús plenamente y su alegría es la mayor que un corazón humano puede contener.

Ahora bien, la alegría es la consecuencia inmediata de una plenitud de vida. Y para la persona, esta plenitud consiste ante todo en la sabiduría y en el amor. Por su misericordia, Dios nos ha hecho hijos de él: “Yo os daré una alegría”, prometió el señor en la Última Cena, que nadie podrá quitar. Cuanto más cerca estamos de Dios, mayor es la participación en su amor y en su vida. ¿Pierdo la alegría con facilidad por una contradicción, o por un contratiempo?, ¿O por un estado de ánimo?

Qué distinta es esta felicidad de aquella que depende del bienestar material, de la salud tan frágil, de los estados de ánimo tan cambiantes, de la ausencia de dificultades, del no padecer necesidades. Somos hijos de Dios y nada nos debe turbar, ni la misma muerte.

San Pablo recordaba a los primeros cristianos de Filipo: “¡Alegraos siempre en el Señor, alegraos!”. Y les señalaba la razón: ¡El Señor está  cerca! En medio de ese ambiente difícil, el apóstol les indica la mejor medicina: ¡Estad alegres! Cuando el apóstol escribió esta nota, él estaba encadenado en la cárcel.

¿Cómo es posible estar alegres ante la enfermedad o sufriendo injusticia?  No será esta alegría una falsa ilusión?  ¡No! La respuesta la da Cristo: “Solo en él se encuentra sentido a la vida personal y la clave de la historia humana. Solo en él- en su doctrina- en su cruz redentora, cuya fuerza se hace presente en los sacramentos de la Iglesia”- Aquí se encuentra la energía para mejorar el mundo, para hacer más digno al hombre, imagen de Dios, para hacerlo más alegre.

Cristo en la cruz, esta es la única clave auténtica. En la cruz, él acepta el sufrimiento para hacernos felices, y nos enseña que, unidos a él también nosotros podemos dar un valor de salvación a nuestro sufrimiento, que así se transforma en gozo, en la alegría profunda del sacrificio por el bien de los demás y en la alegría de la penitencia por los pecados personales y los pecados del mundo.

Leer también: La importancia de la fe

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