
Olinda Josefina López de Rojas es mi hermana mayor, es la primera hija de mi padre, fue la primera ahijada de nuestro noble benefactor, el padre Francisco Corell, en aquel pueblo rural llamado Guama, ubicado en el llamado Valle de las Damas en una época en que nuestra Venezuela se abría paso lentamente con trabajo, en medio de un fenómeno inesperado llamado explotación petrolera. En aquel sacudón experimentado por la economía venezolana.
Fue una niña como todas en el pueblo. Su vida era su casa, la iglesia, la escuela, sus amigas y, por supuesto, la familia. A temprana edad, se graduó de maestra, se casó con un santo hombre, Luis Antonio Rojas, fallecido al poco tiempo de la boda, y de esa unión nacieron dos hijos: Enilde y Luis Adrián.
Dedicó su vida a la familia, a Dios y a ser educadora. Se inicia como joven e inexperta maestra en su pueblo Guama.
Un día, en medio de esas dictaduras que llenaron de vergüenza nuestra historia, ante la arremetida de un funcionario educacional de ingrata recordación, se trasladó a un paraíso llamado Betijoque, en el estado Trujillo.
Allí, desarrolló sus dotes, amplió su formación académica, evolucionó en el escalafón educativo, llegando a ser profesora universitaria.
Olinda, tiene un récord que presenta con orgullo: dictó clases ininterrumpidas durante ¡sesenta años!, y cesa sus labores educacionales con una pulcra hoja de servicios que hoy, a sus 94 años, ofrece al decir de Andrés Eloy, como un “Blanco mantel Republicano” a este noble país.
Es una gran hermana. Siempre fue la luz al final del túnel y la mano firme y fuerte que nos apoya y guía en este valle de lágrimas. Hoy, en su cumpleaños, damos gracias al Buen Dios, por su existencia.
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