
Existe gente graciosa, buena, sana, amiga y solidaria. Esta gente constituye la mayoría entre los miembros de la especie humana. De ellos, un famoso compositor dice: “Hay mucho más amor que odio en el mundo…, hay mucho más azul que nubes negras, y es mucha más la luz que la oscuridad”.
Estas personas conservan las cosas buenas y mantienen erguidas las banderas del bien. De mi juventud, conservo el recuerdo de un ser bueno, querido por todos: Oswaldo Hernández, nuestro “Lobito”. Nadie lo llamó por su nombre. Para todos era el “Lobito”, y él lo aceptó.
“El Lobito”, era nuestro amigo solidario y protector en el Liceo Arístides Rojas. Era fuente de bondad. También, era músico. Poseía una gran sensibilidad que ocultaba en gestos y en una expresión facial que llamaríamos “amargada”, que no era más que una máscara para ocultar su bondad y simpatía excepcional.
Éramos estudiantes de bolsillos flacos, “Lobito” cooperaba con otro bueno, el señor Ponciano, en la atención de la cantina del Liceo Arístides Rojas, y desde allí nos concedía créditos en la adquisición en aquellos recesos de unas arepitas contentivas de una rueda de tomate, una salsa gustosa que acompañaba un refresco. Tal operación, se cancelaba a posteriori en cuotas de largos y olvidadizos plazos. Por cierto, por los olvidados pagos, nunca recibimos una mala cara o la temida suspensión del crédito.
Una tarde, en época de estudios libres, regresaba de la biblioteca del liceo y a escasas dos cuadras de la institución, de un terreno desolado, salieron tres muchachos, retándome. Querían pelear. Uno me empujó, otro me lanzó un puñetazo que logré esquivar y el tercero preparaba sus puños cerrados para concederme su dosis.
Estaba nervioso, era una situación embarazosa, me resignaba a la paliza que venía sobre mi frágil cuerpo. De pronto, como un ángel protector, apareció “El Lobito”, lanzando un certero golpe, y un primer agresor terminó en el piso, otro recibió un oportuno empujón que lo llevó, también al piso, y el tercero, recibió una patada en su trasero, lanzada por mi persona y cayó de rodillas al suelo. Los tres, se pusieron de pie y huyeron a la carrera.
Este ángel protector, sonriente, posó su mano sobre mi hombro y me acompañó hasta la parada de los carritos que venían a Guama. Este buen ser también era músico. Era buen percusionista de varios conjuntos musicales y de nuestra antigua llamada Banda del Estado, hoy, denominada Banda Oficial de Conciertos del estado Yaracuy.
En esta última laboró muchos años, demostrando grandes cualidades y virtudes como percusionista, y en la cual se hizo acreedor de una merecida jubilación. Hoy me entero de que nuestro buen amigo y honesto ciudadano, es decir, “El Lobito”, falleció en Buenos Aires, la ciudad capital del país de Carlos Gardel, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Carlos Borges, Libertad Lamarque, del general José De San Martín y de tantos buenos como él. Lamento su partida, era y es mi inolvidable amigo.
Querido “Lobito”, ve con el buen Dios, que te recibirá con amor de padre y concederá el eterno descanso a tu alma. Permíteme expresar mi agradecimiento por tus nobles bondades de las cuales me siento orgulloso receptor.
El Señor te reciba. Desde este rincón guameño, con esta pluma temblorosa, ruego a Dios, ¡Te bendiga! Nuestra condolencia a su noble y amiga familia.
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