
Acostumbro en los atardeceres a sentarme en los bancos de la Plaza Bolívar de Guama. Particularmente, al cesar la lluvia, me atrae el cielo despejado, la brisa fresca, el sfumato de los cerros de Nirgua al sur que, presumo, hubiera extasiado al brillante Leonardo da Vinci, el renacer de la actividad de nuestros pobladores, reanudando actividades interrumpidas por la lluvia.
Es como si las ventanas se abrieran en un cuarto cerrado que era solo tinieblas, y la luz que invade el recinto permite ver paredes pulcras, colores claros, hermosos cuadros con paisajes pintados por aquel bien recordado anciano pintor de apellido Guarenas que tanto embellecen las casas yaracuyanas.
Así me deleitaba aquella tarde clara y alegre, cuando un buen amigo me informa que creció el río, que por el ruido de las aguas parece que la creciente es muy fuerte y sugiere un cariñoso y aceptable: ¡vamos a verlo!
Minutos después, estábamos sobre uno de los puentes ubicados al sur, y nos sorprendió la metamorfosis experimentada por aquel “riito” cuyo recuerdo llenaba de nostalgia al buen Carlos Domínguez, en tristes mañanas de los domingos, cuando sufrió aquel amargo exilio en Roma, gracias a una de esas dictaduras que no dejan de llenar de vergüenza nuestra historia.
Lo que teníamos al frente y pasaba por debajo del puente, era un monstruo de aguas turbulentas, marrón oscuro, cercano al negro que, arrastrando tierra, piedras, un oscuro tubo conductor de agua, árboles y quién sabe cuántas cosas más, el ahora bravo río, parecía gritarnos: “¡yo tengo el poder!”. En verdad lo tenía.
Trece días después de aquella demostración de fuerza brindada por ese río amado, el servicio de agua potable de Guama continuaba suspendido, y nada logramos culpando a nuestro amigo el río.
Si los señores que ejercen el poder, esos que dicen haber obtenido una mayoría histórica en el último proceso electoral, los que nos hablan de que ¡ahora, viene lo bueno! Si ellos, en particular nuestro alcalde y los concejales, se reunieran y unidos aprueban por unanimidad un acuerdo para solicitar de los organismos nacionales la construcción al extremo norte de Guama, debajo del cauce del río o a su lado, de una galería filtrante que permita todo el año, hasta en épocas de crudo invierno y violentas crecientes, que estas aguas continúen su curso natural mientras una buena parte de las mismas se filtra y cae por galerías, limpia, cristalina en la red de distribución existente, todos sus partidarios, los que no lo son, los indiferentes y los que van y vienen, veríamos con satisfacción el fin de ese atentado contra la salud de la especie humana, llamada: carencia del vital líquido.
Epílogo: La galería filtrante propuesta, tiene sus detractores y partidarios. Soy de sus partidarios y defensores. Los honorables detractores, unifican criterios afirmando: ¡Eso, es caro!
Los partidarios, solo decimos: “puede ser caro, pero ¿cuánto se gasta en cisternas que no llevan a todo el pueblo el preciado líquido, y en productos químicos que no aclaran ni purifican el agua, o en horas hombre, sacando barro de los tanques donde se trata el agua.
Invitamos a las autoridades a reflexionar, a que practiquen lo que esos señores, llamados psicólogos, llaman introspección o visión hacia adentro y aquí, entre nos, los invito a preguntarse: ¿Qué opina esa mayoría sustancial de electores, que no votó? Hay estudiosos que hablan de que estos últimos: ¡Gritaron en silencio!
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