
Quien ha vivido mucho, siempre algo puede contar, sobre todo a los muchachos que les gusta preguntar sobre los signos de la moneda, setenta u ochenta años atrás, y se pedían las compras escritas en un papel para el bodeguero, o pulpero, como se llamaban a los dueños de las bodegas.
Dicho papel decía: “por favor, despáchemele al muchacho lo indicado en el papelito, lo siguiente real y medio y cuartillo de queso». Esto era un real y medio con una locha, ósea, 84,5 céntimos de los cien céntimos del bolívar.
Existía una moneda que tenía menos valor entre todas, y contaba con tres nombres: nica, centavos y pulla; y su valor era un céntimo, y con ella se compraba cambur, caramelo o cualquier chuchería, era el primer escalón para subir a la moneda de mayor valor.
Seguidamente, venía la locha con 12 céntimos y medio. El real (50 céntimos), el bolívar con sus 100 céntimos. En adelante surgieron las de mayor valor y volumen de peso, tales como la bamba (dos bolívares), el recordado fuerte, moneda de Bs. 5, la rompe bolsillo, por el peso y su tamaño; y por último, fue otra que conocí, llamada bamba de cinco reales, que la denominaban una moneda de cinco, y el doblón que no duró mucho en circulación.
Continuo con este relato, como decía el maestro Simón Díaz, sobre el sistema monetario que fue parte de la historia venezolana, y qué hablar de ese antiguo sistema, sería mentirles a todos, pero si tuve la oportunidad de conocer en los bancos en una bandeja exhibidas como exposición, y en unos señores que todavía usaban en la cintura algo que llamaban unos fajones, donde cargaban sus monedas de oro, donde las más que sonaba, por su valor, fue la morocota.
También mencionaban la onza y el centavo de oro, para aquellos que recuerdan los años sesenta cuando debutó Simón Díaz, precisamente en un programa llamado «La pregunta de las sesenta mil lochas», conducido por el recordado animador Efraín de la Cerda, en los primeros de Venevisión, donde ese gran maestro, quien salió de su Barbacoa del estado Aragua, debutó en dicho programa.
Nos entregó, con su cuatro y sus tonadas, una firmeza de que iba a ser una gran gloria musical, porque así fue, dejó un gran legado. La vestimenta que lució esa noche, fue un pantalón de kaki enrollado, su franela manga larga, alpargata y una leontina como correa, la misma que nombré como fajón leontina, y el fajón era oro puro.
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