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jueves, julio 17, 2025
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Ismael Montoya….Las bienaventuranzas

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En tiempos del Señor Jesús, como en la actualidad, es fundamental observar nuestra conducta individual y social, de acuerdo con las normas aprobadas por los gobiernos de nuestros países.  Entonces, un gran grupo de gente de toda Palestina y de los pueblos cercanos se reunió para escuchar las enseñanzas del Señor Jesús. En verdad era un grupo grande que vino a escucharlo, después fueron a un monte donde se sentaron para oírlo: “El señor Jesús aprovecha esta oportunidad para definir con profundidad quiénes son sus discípulos, y comenzó la charla así: ¡Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos! Después siguió: ¡Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra!

No es difícil imaginar la impresión, quizás de desconcierto, que estas palabras del  Señor causaron entre los que lo escucharon. Jesús acababa de definir el espíritu nuevo que había traído a la Tierra. Este espíritu constituyó un cambio sustancial para la valoración humana de ese momento en Israel, así como la de los fariseos que veían en la felicidad terrenal la bendición y premio de Dios y, por el contrario, en la infelicidad y desgracia el castigo de Dios, porque desde la salida de Mesopotamia, donde los israelitas estuvieron esclavizados, estos habían buscado, por todos los medios posibles,  la riqueza económica y el poder, pero el señor Jesús les propone otra norma de vida: dulzura, pobreza, misericordia, pureza y humildad.

Hoy, aún existe ese desconcierto frente a la tribulación que llevan consigo las bienaventuranzas y, más aún, la felicidad que Jesús promete. Nadie entendió su pensamiento básico: ¡Solo el servir a Dios hace feliz  al hombre! San Pablo dijo: “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones”. Ahora bien, por el contrario, un hombre puede ser inmensamente infeliz, aunque nade en la opulencia y posea todos los bienes de la Tierra.

San Lucas, en su Evangelio, después de las bienaventuranzas dijo: “Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestra consolación. Ay de vosotros, los que son aplaudidos por los hombres, porque así hicieron sus padres con los falsos profetas”. Los que escuchaban al Señor entendieron bien que él no hablaba de la salvación a unas  determinadas clases sociales, sino que señalaba unas conductas sociales que Jesús exige a sus seguidores.

Los pobres, los mansos, los que lloran, son cualidades que distinguen a quien desea ser su discípulo. El conjunto de  las bienaventuranzas define a la santidad como eje de nuestra vida y distinguió esa actitud como: ¡Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra! (Jn.4, 34).

Él llama al amor a jóvenes, ancianos, solteros y casados, sanos y enfermos, cultos e ignorantes, que trabajen y vivan dónde sea. Todos somos invitados a vivir la plenitud cristiana, sin excusas. Sería triste no aprovechar esta oportunidad para unirnos más al Señor.

No es desagradable a Dios que nos preocupemos de evitar el dolor, la enfermedad, la pobreza y la injusticia. Las bienaventuranzas nos enseñan que el verdadero éxito en nuestra vida está en amar y cumplir la voluntad de Dios en nosotros, y vivir con dignidad humana conforme a nuestra condición de personas, porque vivimos una época de mucha degradación personal. Las bienaventuranzas son una invitación a vivir nuestra vida con rectitud y dignidad.

Ahora, bienaventurados significa: feliz, dichoso; y en cada una de las bienaventuranzas, Jesús promete la felicidad, señalando los medios para conseguirla. ¿Y cuál es la causa de esta propuesta? En todos los hombres existe una tendencia irresistible para buscar la felicidad, siendo esta tendencia algo que está en nuestra naturaleza, programando todos nuestros actos en función de esta finalidad.

 El Señor nos muestra aquí los caminos para ser felices, sin límites y sin fin en la vida eterna, y  también para lograrlos en esta vida. Son caminos muy diferentes a los que escogemos hoy día. La pobreza del espíritu, el hambre de justicia, la misericordia, la limpieza de corazón y el soportar  ser rechazados por causa del Evangelio, manifiestan una misma actitud del alma: el  abandono en Dios. Esta es la actitud que nos impulsa a confiar en Dios de un modo absoluto e incondicional.

Esta postura no se contenta con los bienes y consuelos de las cosas de este mundo, y pone su esperanza última, más allá de estos bienes que resultan pequeños o pobres, para un corazón humano con gran capacidad. «Bienaventurados los pobres de espíritu».….en el Magníficat, expresado a viva voz por la Santísima Virgen maría visitando a su prima Isabel, escuchamos: «Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada». 

¡Cuántos hombres se transforman en hombres vacíos, porque se sienten satisfechos con lo que ya tienen! El Señor nos invita a no contentarnos con la felicidad terrenal, con unos cuantos bienes pasajeros, y nos anima a desear los bienes que él nos tiene preparados. 

El Señor Jesús dijo a sus seguidores: “No es un obstáculo para ser felices. Que los hombres los insulten, persigan y calumnien por mi causa. Estad alegres, contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Así como ninguna cosa de la Tierra puede dar la felicidad que todo hombre busca, tampoco nada puede quitárnosla si estamos unidos a Dios. Nuestra felicidad y nuestra plenitud vienen de Dios.

¡Oh vosotros que sentís más pesadamente el peso de la Cruz. Vosotros, que sois pobres y lloráis desamparados, los que son perseguidos por la justicia. Vosotros, sobre los que se calla, vosotros, los desconocidos del dolor, tened ánimo, porque son los preferidos del Reino de Dios, de la bondad, de la esperanza y de la vida. Ustedes son los hermanos de Cristo paciente y con él, si queréis, salvan al mundo!

Queridos amigos yaracuyanos, pidamos al Señor Jesús que transforme nuestras almas, que realice un cambio substancial en nuestros criterios sobre la felicidad y la desgracia. Somos necesariamente felices estando abiertos a los caminos de Dios en nuestras vidas aceptando la buena nueva del evangelio.

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