El Evangelio relata que en dos oportunidades en el lago Genesaret surgió una tempestad que sorprendió a los apóstoles navegando para cruzar el lago cumpliendo una solicitud del Señor. San Mateo dice que Jesús aprovechó ese momento para descansar un poco, y se recostó en la popa colocando su cabeza en unos saquillos de cuero llenos de lana sencilla para uso de los marineros, y el Rey del Universo se durmió rendido de fatiga.
Mientras tanto, algunos de los apóstoles, hombres de mar, presintieron la borrasca, produciendo olas que echaban mucha agua, poniendo en peligro la barca, pero ellos hicieron frente al peligro y el mar se embravecía más y más y el naufragio parecía inminente. Entonces acudieron a Jesús con un grito de angustia: ¡Maestro, perecemos! El Señor increpó a los vientos y dijo al mar: “Enmudécete, calla”, y el viento se calmó y hubo una gran bonanza, llegando la paz a esos hombres asustados.
I. Ahora bien, algunas veces ocurre que se desata una tempestad a nuestro alrededor o en nuestro interior, y nuestra barca corre el riesgo de un naufragio personal y creemos que Dios guarda silencio y las olas invaden nuestra alma con debilidades personales, profesionales, económicas, enfermedades, problemas de hijos con padres, calumnias, ambiente adverso e infamias, pero si tienes la presencia de Dios por encima de esas tempestades, en tu mirada brillará siempre el sol y, por debajo del oleaje devastador, brillará siempre la calma y la serenidad. El Señor no nos dejará nunca solos, por eso es necesario que nos acerquemos a él como familia diciéndole: ¡Padre, no me dejes solo! Y pasaremos con él las tribulaciones.
II. Jesús se puso de pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Este milagro fue grande y quedó para siempre en el alma de los apóstoles, y sirvió para confirmar su fe y preparar sus ánimos para las batallas más duras y difíciles que venían.
Ver el mar en absoluta calma y sumiso a la voz de Cristo después de ese gran oleaje, quedó grabado en sus corazones. Años más tarde, su recuerdo durante la oración les devolverá la serenidad.
En camino a Jerusalén, Jesús les dijo que se iban a cumplir los vaticinios dichos por los profetas acerca del ¡Hijo del hombre!, ¡Será entregado a manos de los gentiles, encarnecido y azotado, le darán muerte y al tercer día resucitará! Y les advierte que ellos también conocerán momentos duros, de persecución y calumnia. Porque no es el discípulo más que el maestro, ni el siervo más que el amo. Si al amo de la casa le llaman Belzebul, cuánto más a los de su casa.
Jesús desea persuadir a ellos y también a nosotros de que entre él, su doctrina y el mundo como reino del pecado no hay posible entendimiento y no se extrañen, ¡si el mundo os aborrece, sepan que antes que a ustedes, el mundo me aborreció a mí!
Entonces, en los comienzos de la Iglesia, los apóstoles experimentaron grandes triunfos y, junto a estos frutos, grandes amenazas, injurias y persecución, pero no les importó el ambiente a favor o en contra, sino ¡Que Cristo fuera conocido por todos y que los frutos de la redención llegaran hasta el último rincón de la Tierra. La predicación de la doctrina del Señor fue escándalo para unos y locura para otros. Penetró los ambientes, transformando almas y costumbres.
Las costumbres sociales que enfrentaron los apóstoles han cambiado, aunque siguen siendo las mismas o peores: El materialismo, el afán desmedido de bienestar, sensualidad y la ignorancia son los vientos furiosos y lo peor: adaptar la doctrina de Cristo a nuestros tiempos, pero con deformaciones de la esencia del Evangelio.
Si queremos ser apóstoles en este mundo, debemos contar con que algunos: el marido, la mujer, los padres o los amigos de siempre, no nos entiendan, y habrá que tener firmeza de ánimo, porque no es algo cómodo ir a contra corriente y tendremos que tener decisiones con serenidad, sin importar las reacciones del mundo pagano actual, incapacitados para entender la trascendencia de la vida con defensa de la familia. (cfr.Familiaris consortio- 44) verdadera política familiar.
III. Las tres concupiscencias (cfr, 1 Juan 2, 16) son fuerzas gigantescas imponentes de lujuria y de orgullo de las criaturas por sus propias fuerzas de afán de riqueza, que han alcanzado un desarrollo y agresividad monstruosa.
Ante esta situación no es lícito quedarse inmóvil, y San Pablo nos dice: ¡Nos apremia el amor de Cristo!….«La Caridad nos urge» ante tanta necesidad de muchas criaturas, y nos llama a una incansable labor apostólica en todos los ambientes, aunque haya incomprensiones de personas que no pueden entender.
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