
Nos ha dado grandes satisfacciones, nos ha permitido crecer de modo personal y profesional, nos ha hecho posible avanzar camino al éxito, pero todos estos logros han requerido un cúmulo de sacrificios, su excesiva dedicación laboral los ha alejado de sus más caras querencias, nuestras parejas, nuestros hijos, el hogar la familia, los amigos.
Desde hace rato suenan las alarmas, sin que haya una respuesta. Los hoy abandonados, claman por su pronto retorno, quieren recuperar los instantes de sana fraternidad vividos. Los tiempos cargados con adversidades o dificultades económicas, los han llevado a adoptar el criterio de vivir para trabajar, desechando el de trabajar para vivir. Nos pasamos buena parte de la vida afanados por el trabajo, dejando de lado la magnificencia de este mundo y toda su belleza.
Peter Hagerty, futbolista escocés, expresa que: “la vida es un viaje, y si te enamoras del viaje, estarás enamorado para siempre”. A todos nos ha ocurrido, nos afanamos por destacarnos en nuestro trabajo haciéndolo nuestro hogar, bregando por un mejor puesto en el trabajo, por ser aprobados en lo que hacemos, por demostrar que somos buenos, queremos ser aceptados y que nos aplaudan, pero entonces nos olvidamos de vivir, queremos vivir más y mejor, pero a qué precio, olvidamos lo hermoso de los amaneceres y la puesta del sol.
Amamos tanto el trabajo, que nos hemos negado el disfrute más importante, más sagrado, el del calor del hogar y de nuestros hijos, prescindiendo de su influjo, quizás justificado por la situación que hoy prevalece.
La condición de extremo abandono nos ha puesto ante la difícil disyuntiva de vivir para el trabajo, o el idealizado de trabajar para vivir. Y eh aquí el dilema, agudizado en los tiempos actuales, o vivimos para trabajar anhelando sentirnos más importantes y casi que imprescindibles, objeto de atención, o hacemos una pausa en nuestro caminar y cambiamos el sentido de esta expresión al trabajar para vivir, logrando de esta manera el placer, el regocijo y la satisfacción que nos proporcionan nuestros seres más queridos, al igual que el placer que nos brinda la naturaleza que ahora sí podremos apreciar en grata compañía.
¡Y entonces! ¿Qué hacer? Acordamos una pausa, nos detenemos y escuchamos el clamor que nos arenga a bajar la presión laboral arrepintiéndonos a tiempo de no haberle dedicado momentos sublimes e inspiradores a la esposa, a los hijos, a los nietos, a los amigos; o trabajar por largas jornadas, con horarios extenuantes en varios frentes bajo la creencia generalizada de que más trabajo es mejor para la vida, a sabiendas de que no todo en la vida es trabajo.
Hay que cambiar la forma de ver las cosas, hay que promover cambios que nos beneficien, teniendo presente que el “exceso” de trabajo provoca pérdidas en la salud, sacrifica el tiempo estimado para estar con la familia, deteriora las relaciones interpersonales y ocasiona una disminución de la felicidad y mucho más, convirtiéndose en un problema cuando se transforma en un foco de estrés y de desequilibrio mental. Hay que celebrar la vida en sus mejores momentos reviviendo las querencias más amadas.
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