
De las tierras en que se fraguó y desde donde se expandió la llamada “Ruta de la Seda”, y que hoy la emergente potencia asiática anda reviviendo a través del mundo, nos han llegado sorprendentes proverbios, cuentos y leyendas con lecciones ejemplarizantes, destacándose, entre tantas, una que al leerla y/o escucharla en los pueblos allende a las fronteras, nos deja sorprendidos y admirados.
Cuenta la historia que en una remota aldea de la China milenaria vivía un granjero, al que un día se le escapó su más preciado bien, su caballo, su fuente de trabajo. Al saber la valía de su pérdida, sus vecinos más cercanos acudieron a expresarle su pesar por su mala suerte, a lo cual él aludido respondió: “¿Mala suerte, buena suerte? ¡Quién sabe!”.
Al poco tiempo, el caballo regresó con tal número de caballos que el establo resultó insuficiente para albergarlos. Nuevamente, sus vecinos al enterarse acudieron a felicitarlo por su buena suerte, a lo cual él replicó: “¿Buena suerte, mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Su hijo, tratando de domar uno de los nuevos caballos, se cayó y se fracturó una pierna. Sus vecinos, como siempre lo hacían, se acercaron y le manifestaron su pena, a lo cual el granjero respondió: “¿Buena suerte, mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Pasado un tiempo, estalló un conflicto bélico en su país, y los reclutadores vinieron en la búsqueda de su hijo, y al ver su estado desistieron de llevárselo. Y sus vecinos al enterarse pasaron a felicitarlo, a lo que el granjero respondió: “¿Buena suerte, mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Este relato tan conmovedor se constituye en un reto al tratar de aventurar una respuesta conforme a lo que se expresa, solo basta saber que el mismo nos permite hacer comparaciones positivas acerca de la creencia cierta o no de la suerte cargada de cierto misticismo.
La llamada suerte no es más que la capacidad de aprovechar las oportunidades que se presenten, de allí que una expresión muy escuchada señala que las oportunidades las pintan calvas, siendo afortunados aquellos que logran atraparlas y hacerlas suyas.
Eliyahu Goldrant, consultor de empresas, señala: “La buena suerte ocurre cuando la oportunidad se encuentra con la preparación, y la mala suerte, cuando la falta de preparación se encuentra con la realidad”.
Dos casos ilustran esta condición: el caso del que es despedido o cesanteado, y en su desgracia haya una oportunidad para crecer, y el de aquel, que consigue un puesto cuya obtención depende del estado de ánimo del entrevistador o del momento exacto en que envió su solicitud.
Cuando se habla de la preparación, esta se refiere a adquirir habilidades, conocimientos y experiencia que permiten enfrentar desafíos y aprovechar situaciones favorables. Hay que tener siempre presente que tus decisiones marcarán el rumbo, así que si crees en la suerte, así será, ella dependerá de ti, no del azar.
No necesitarás ningún amuleto mágico, ni ningún ritual para atraer la suerte, haz tus visitas montañeras como un medio de diversión y relax. La buena o mala suerte dependerá de ti, de cómo veas la vida, de tu actitud ante los obstáculos y de no rendirte ante las primeras dificultades, de tener la capacidad de ser versátil, y de cambiar los objetivos en caso de ser necesario para alcanzar las metas.
Si crees que eres una persona afortunada, seguramente es porque la balanza ha estado a tu favor, pero esto no significa que en un momento dado no ocurra algo negativo, y en este caso, lo más importante es entender que es parte de la vida, no creer que la suerte te ha dado la espalda.
En el relato, la preparación no es un tema central, el granjero no parece anticipar ni planificar los eventos que ocurren, la oportunidad, en cambio, se manifiesta de forma inesperada, como cuando el caballo regresa con una manada, o cuando el Ejército llega a la aldea. Este relato es una invitación a la paciencia, a la adaptación y a la confianza.
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