
Clint Eastwood, el gran actor de cine norteamericano que tantas emociones nos deparará con sus brillantes interpretaciones representativas del oeste o wester americano y, aún más, por su longevidad, nos ha entregado una bella oración que enaltece la vida y las ganas de vivir, cuando señala: “no dejemos que el viejo que llevamos dentro nos quite las ganas de vivir, de aprender, de crear, de soñar”.
Al respecto, y en apoyo a esta significativa manifestación, se han escrito y difundido infinidad de buenos libros, se han dado múltiples conferencias y charlas acerca de esta etapa trascendental de la vida, pero aún no se ha encontrado un modelo o molde único que exitosamente conduzca a la vejez; la sensación por alcanzar una vejez plena de dicha y satisfacción es una meta en la que cada cual forja su ruta a su manera, no dejando de lado, por supuesto, los apoyos que brinda la ciencia.
Muchos anhelan al llegar continuar avanzando, y algunos se han preparado física y emocionalmente para cuando esta se haga presente, con los bríos y vigor que aún los acompañan, pese a que el cuerpo se ha resentido, más no abatido.
Muchos se jubilan, y al hacerlo se abandonan, dejan de soñar en sus lucubraciones, indican que trabajaron suficiente, y que es el momento para el descanso del guerrero, olvidando que su mente creadora no descansa, aún echa chispas y está activa, que la genialidad y la creatividad no han sucumbido.
Las circunstancias por las que atraviesan los jubilados de la vida es compleja y a la vez casi que heroica para sobrevivir y alcanzar las metas propuestas. Muchos factores convergen e impiden o enlentecen el avance: las dificultades para accesar a los planes y programas de salud, las dificultades para nutrirse adecuada y prontamente, las dificultades para acceder a los medicamentos y a la atención médica así como los tropiezos que enfrentan con los seguros que no cumplen, los que al solicitarlos se tornan inaccesibles, la ausencia de afectos, el aislamiento esquinero, cual jarrón chino que se ve pero no se toca, siendo el más severo pero corregible.
Nunca desfallecer será la consigna, no importando que los afectos no se den, hay que echar mano de mucha serenidad, mucha paciencia y creatividad, los cuales es posible, los retornaran y de paso aprenderán a soportar los rigores de la indiferencia, la soledad, la apatía, manteniendo mucha serenidad, recurriendo a la cautela y confianza en ti mismo y en lo que creas poder hacer y lograr, sabiendo que en tu ayuda acudirán tus mejores aliados, la lectura y la música.
Es conveniente recordar que la fortaleza reside en uno mismo, que hay que aceptar las dificultades y comenzar a sortearla, que cada día de vida sumará, y que el espíritu y el cuerpo se fortalecerán.
Juega con tu mente, no te abandones, vigorízate con ideas, con pensamientos positivos, dándote ánimo. Hay que estar siempre atento a las señales que el cuerpo te envía, prestando atención a los signos y a los síntomas. El camino que recién comienzas a recorrer es pedregoso, sin asfaltar, sin cementar, por lo que habrá que adaptarse a lo tortuoso e irregular con la convicción de lograrlo.
La sociedad atenta los espera, se apresta a facilitar su avance y estabilidad en los barrios, en el vecindario, en la comunidad, donde se organizan grupos de voluntarios para animar la vida invitándolos a cordializar y a mantener sus vivencias en centros comunitarios, donde carismáticos exponentes del humanismo convocan a quienes han arribado a la edad dorada.
Los ejemplos cunden, quienes ayer lo dieron todo y ya retirados se agrupan para fortalecerse, apoyarse y defenderse, y así alcanzar las metas propuesta de supervivencia.
En un tiempo no tan lejano, los abuelos esgrimían cual lanza en ristre, un decir muy popular: “ahora es cuando el soco corta”, para expresar que a pesar del desgaste por el uso del machete (soco) este aún cortaba.
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