
Cantares del subdesarrollo, este disco grabado por Rubén Blades en el año 2003, y en el cual prescinde de los metales (trombones y trompetas) agregándole vibráfono, instrumento armónico que retumba en los sótanos del cielo. Un clásico de la salsa de conciencia que se quedó tatuado en el alma del pueblo caribeño, y cuya vigencia en el tiempo es, al parecer, imbatible, y donde Blades se sumerge en esas aguas termales del espíritu para entregarnos una crónica social, política y amorosa.
Pocos artistas se han dado con tanta pasión como Blades, al esfuerzo de realizar una trama de conciencia vivísima de su mundo y de su tiempo. Por eso, él resume con dignidad extraordinaria los valores e ideales de la salsa contemporánea.
Sus canciones, en general, no son otra cosa que la representación de esa sustantiva realidad avasallante del Caribe. Un gran fresco humano en el que se da la crónica cotidiana, pequeña y grande, con sus arquetipos, alzados en una alucinante voluntad de culpas, recompensas y castigos.
Porque como dice la vieja sentencia: “Cuando el hombre quiere ser más que hombre y la bestia quiere ser más que bestia, ese hombre y esa bestia se destruyen. Por ellos, por estas mismas razones, será dentro de los planos de la creación artística donde el hombre, sin dejar de ser hombre, puede aspirar a más de lo que es”.
Blades, hay que reconocerlo, ha emprendido el camino de la búsqueda de nuestra identidad como pueblo, tratando de alejarse de la óptica eurocéntrica con la que siempre nos hemos intentado explicar. Pero es con un tema incluido en el disco “Cantares del subdesarrollo”, titulado “País Portátil”, del cual Rubén toma prestado el nombre de la irreverente novela llevada también al cine, del escritor venezolano Adriano González León.
La canción se inicia con un pregón irreverente y nos traslada rítmica y melódicamente al formato de guaguancó dándoles nuevas cadencias, pero refuerza la retaguardia rítmica con la percusión y entra el piano marcando el montuno.
En el tema “País Portátil”, Rubén se sumerge en los vericuetos del populismo nacionalista latinoamericano de izquierda y de derecha, y lo desnuda en una contradictoria búsqueda de lo bueno y lo malo para ubicarlo, histórica y sociológicamente, en lo más cretino que tenemos. La izquierda latinoamericana que conocimos está hoy en lo peor, en lo moral, lo político y lo intelectual.
Blades, en esta narración, como es característico de sus canciones, entra en las venas del populismo nacionalista que ha demostrado con sus fracasos donde haya triunfado, ser hoy el más completo anacronismo histórico y poseer una total impotencia espiritual.
No hay régimen populista nacionalista que no haya defraudado tras levantar polvaredas de esperanzas. Entre más ferviente hayan sido las esperanzas que se hayan puesto en él, más hondas y amargas las decepciones, limitándose solo a culpar al imperialismo, y surge en él una cierta alcahuetería hacia los capitalismos de Estado, que en algunos casos hasta lo canonizan siempre para ocultar o legitimar la corrupción y el envilecimiento.
En estos cantares, el subdesarrollo es aquí factor importante, porque solamente dentro de ese estado puede ser tan hondamente penetrante y efectiva la ficción, maquillado para el mundo de Arcadia Feliz. La sentencia es igual para todos los ensayos nacionalistas, todos ellos conducen al desastre.
La parábola del nacionalismo populista es conocida. Aparece como credo prometedor o mesiánico, engancha a las masas con entusiasmo, crea ilusiones y desde el poder no hace otra cosa que engañar. Hoy día nacionalismo y fascismo son equivalentes. ¡Sacude, zapato viejo!
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