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jueves, marzo 20, 2025
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Dixon Rojas… La ausencia del escritor irreverente

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En Venezuela desapareció casi por completo el escritor irreverente. Aquel que era lúcido, brillante, crítico, auténtico y expresó con incontenible furor vindicativo sed de justicia en sus escritos. Usted, querido lector, buscará entre los escritores a un irreverente pero será en vano el esfuerzo. Usted si se vale del telescopio de Monte Palomar en California, apela a los instrumentos con los cuales la NASA rastrea el cielo en las noches más calladas, perderá su tiempo.

Pero ¿Entre la izquierda, no hay un solo escritor subversivo? Preguntará usted todo perplejo. La realidad confirmará todo ello para su escepticismo y desconcierto. No hay un solo escritor irreverente. Se lo tragó el ogro filantrópico (el Estado), dándole mendrugos, convirtiéndolo en buscador de celebridad, prestigio y medrando en los gabinetes de la politiquería olfatean el hedor y se jactan de tener un estómago fuerte.

Muchos escritores, que en un tiempo brillaron con una estrella de su propia identidad, la cedieron a las arcas del Estado, allí dejaron su afán y su vanidosa actitud posicional creadora, sesgada, a expensas de sus intereses y a los de otros, pero menos, a los intereses de la literatura.

Hay escritores que se entregaron a una cúpula política, irrespetando su credo de vida, sus flores estacionarias y la ética de todo creador. Hoy solo son sepultureros que enterraron su irreverencia en las urnas del erario público olvidándose de la rebeldía del poeta Miguel Ramón Utrera, quien no aceptó que le publicaran libros los ductores del erario público para evitar toda sumisión.

También, olvidaron al irreverente Juan Rulfo, quien reveló con firmeza el carácter de la literatura y a la grandiosa Virginia Wolf, sumergida en su bipolaridad, bañó de poesía las hondas aguas del río que humedeció su alma y los tristes ojos de su esposo con literatura epistolar. Jamás entregaron el poder creativo de la palabra a las hordas políticas del momento.

Otros escritores fueron adsorbidos por sí mismos, la grandeza de su ego se hizo tan grande que la dejadez del cuerpo aún se visibiliza, pero su infinita creación se diluye en las aguas etéreas de la finitud. Fueron presas fáciles de indescifrables ideologías. No hay cosa más difícil que controlar la irreverencia de un creador.

Los méritos de un poeta, de un escritor no requieren de cosas que llamen la atención, y menos cuando desvían la sustancia púrpura de su corazón. Un poeta carente de humildad hunde en lo más profundo del rechazo su creación; se convierte en una linda flor que en un tiempo su belleza cautiva, pero luego, no pudo contener la voracidad de un verano arrasador.

El poeta Utrera lo expresó cuando rechazó el Premio Nacional de Literatura por considerarlo un acto politiquero, y ellos no le iban a arrasar sus méritos guardados por muchos años en el baúl de su alma.

¡Qué difícil es cargar en la frente el calificativo de creador! Todo poeta auténtico es un creador. He transitado por esta ruta y ciertamente “La Metamorfosis” de Frank Kafka ha sido arrolladora en la vida de algunos escritores, que sumergidos en los maléficos brazos del Dios de la empatía, han sido objeto de alienación individual con proyecto híbrido- colectivo y con destellos de múltiples personalidades, arrojándole de este modo la culpa al don más grande que ha dado la vida como es el arte de crear.

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