Ocurre que nadie quiere escuchar la historia de quienes fracasan, todos esperan contar y escuchar historias de éxitos y triunfos. Es lo que enseña la sociedad en la que vivimos, en donde el constante estímulo de la competitividad entre iguales genera que el fracaso sea visto como un estigma.
Si acaso alguien lo duda, solo basta ver la programación del cine y la televisión en donde los malos, malvados y criminales siempre son los perdedores y deben pagar por sus fracasos.
Visto desde otro ángulo, es cierto que nadie quiere hablar de un plan de vida que se malogró, de un proyecto de negocio cuyo resultado es adverso a la meta propuesta, de productos que resultan en fiasco o de viajes que terminan en decepción accidente o naufragio.
Un ejemplo patente está en la historia de Venezuela, en el periodo de la Independencia; solo es necesario observar que cualquiera puede recordar que bajo el mando de Simón Bolívar el Ejército Patriota ganó 447 batallas y encuentros; mientras que muy pocas personas recuerdan el nombre de las cuatro batallas que perdió.
Nadie quiere contar historias de sucesos con un fin lastimoso, inopinado y funesto. De hecho, fracaso es la palabra que se usa en medicina para hacer alusión a la disfunción brusca de un órgano.
El fracaso no sirve de ejemplo ni motivación. Pero sí de base para el triunfo, no efímero, sino para el consolidado y permanente. Esa es razón suficiente para que la familia, la escuela y los medios de comunicación enseñen a las personas a asumir sus derrotas y digerir el fracaso sin traumas. Es que si el coyote aprendiera de sus fracasos, seguro que estaría comiendo correcaminos todos los fines de semana.
El personaje de fantasía mencionado anteriormente, ante el fracaso de sus trampas, solo se queja y refunfuña, pero no aprende. He allí la causa real de su continua e insuperable racha de fallidas trampas.
Muchas personas, ante el temor del rechazo social por causa de un fracaso, solo se defienden y no se responsabilizan de sus errores, logrando, y con éxito, alimentar sus limitaciones personales. El hecho de cometer errores y no responsabilizarse por ellos constituye una incapacidad humana.
Para la sociedad actual los fracasos de todos los personajes (de la vida real) que en ella actúan sirven (con mucho éxito) para enmarcar las cualidades del héroe. Pero, el héroe no existe, solo existen las personas normales y sus errores; por eso es necesario comenzar a aprender de los traspiés y de su hermano mayor, el fracaso.
La idea de una persona exitosa rodeada de fracasados es peligrosa y tristemente está en la mente de muchos seres humanos sanos, quienes ven a su alrededor a otros quienes, por no haber aprendido de sus fallos, son fracasados que no están a su altura. En general no se habla del fracaso.