Abba es padre. Pronunciando la palabra Abba, Jesús se comunicaba, de un modo cercano, íntimo y respetuoso con el Creador, con su padre. De esa proximidad con Dios, Jesús recibe la iluminación de la gracia y la plenitud del amor y de la libertad que se corresponde con la misión evangelizadora que emprendió. Es una forma de alianza que todo cristiano ha de asimilar, para que por lo menos su vida se mantenga haciendo lo que tiene que hacer, siempre y cuando haya, de manera fundamentada, una vocación y una tarea concreta.
Por eso el hijo se ubicó como hijo, como hermano, para acercarse a los seres humanos con humildad, tratando de sacarlos de esa pretensión en la que estaban (aún estamos) para colocarles en el plan de la salvación de Dios y que su gracia les alcance.
Los estudios místicos nos enseñan que Abba nace en la esfera de la sabiduría, allí donde está el primer poder consciente, donde está el ojo interior del alma. Esta esencia de Abba se une con la esencia de Imma que es la madre y que reside en la esfera del entendimiento. Lo experimentó Moisés a través de la revelación divina recibida en el Monte Sinaí.
Abba es el alma, y en el alma está la voluntad supraconsciente de servir a Dios con amor, con misericordia (¡Ay de aquellos que no han encontrado el camino, la verdad y la vida!). La misericordia de Dios es el atributo que nutre, es el notzer chesed hebreo que traduce “El guarda la bondad amorosa” que, en su esencia es el arte de enviar energía amable, afectuosa y amorosa a uno mismo y a los demás.
En un sentido más práctico, es importante adentrarse en el Abba, buscar ese placer sereno que está en la nada, esa nada divina que es el origen de toda fuerza vital espiritual y física. No pongamos a un lado el versículo: “La sabiduría se encuentra en la nada”. “Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Él provee de sana sabiduría a los rectos; es escudo a los que caminan rectamente. Es el que guarda las veredas del juicio y preserva el camino de sus santos”, Prv 2:6-15.
Nuestro primer patriarca Abraham tenía un alma arquetípica. Su nombre comienza con las dos letras Ab (padre). Su alma brilló desde el este y se convirtió en la nueva revelación de la fe y la conciencia divina. Su alma representa el poder divino que hace brillar de una manera diferente esa visión seminal que es captada por Imma lla’ah o Yah (madre superior) que terminó siendo el alma arquetípica de Sara.
En rituales la palabra Abba es utilizada para fortalecer el alma y pedir discernimiento. Para ello has de pronunciar Abba+Theos+Behetimyhat. Amen.