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jueves, noviembre 21, 2024
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Trago Amargo: Censura: Telegram y X

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Hay una realidad inexorable y es que las redes sociales pueden prestarse para cualquier cosa, como un ejemplo sencillo, digamos tanto informar, como sembrar una calamidad en base a fake news. Sin embargo, no hay espacios que brinden mayor libertad a los usuarios, no solo de obtener información, sino de orientarse, distraerse, promocionar emprendimientos o dar a conocer y compartir sus destrezas. ¿Cómo conjugar la libertad que representan las RRSS con la potencialidad de ser usadas de forma negativa? He ahí el dilema…

Telegram es una plataforma de comunicación formidable, no solo por una cantidad de bondades técnicas sino por la multiplicidad de funciones que puede llegar a manejar, destacando sus inmensos grupos de usuarios (200.000) por cada uno. La plataforma de los hermanos de origen ruso, -hoy su CEO, Pavel Durov, detenido en Francia por una docena de delitos correspondientes al contenido de su aplicación y la supuesta poca colaboración de la empresa para con las autoridades-, divide a personas entre lo justo de la medida contra la posible violación flagrante a la libertad de expresión. Nada fácil el tema. Telegram, precisamente por sus particulares fortalezas técnicas, se presta para el anonimato, y, por ello a su vez, para que se produzcan diversos delitos que bastante documentados de forma judicial se relatan en diversos países como derechos de autor, trata de personas, narcotráfico, u operaciones de estafa. ¿Es culpa de Pavel Durov? Obviamente no, pero tales cosas ocurren en su plataforma, la cual se caracteriza por no controlar el contenido, por no fiscalizar, es decir, por no tratarlo previamente de forma directa y dar absoluta libertad a los usuarios, reales o no, a que intercambien todo tipo elementos. Diríamos que Telegram es el paraíso de la libertad, aunque previo a la guerra de Ucrania y a las protestas en Moscú en 2019, se puso en duda el suministro de la identidad de ciertos usuarios.

Pero ahora X, propiedad del magnate Elon Musk, entra en un peligro similar en Brasil, al negarse a bloquear a cuatro (4) usuarios por orden de un juez federal. Al negarse la empresa, el juez prohíbe toda la red social en Brasil, negando la posibilidad de interacción a la cuarta red social más importante del mundo, sobre todo en el ámbito político. ¿Parece eso justo, prohibir a millones de usuarios y amenazarlos con multas de $9.000 si acceden con una VPN? Suena surrealista, y ambos casos parecen recrear a Orwell en su obra, “1984”. No obstante, hay un elemento en el cual coincido con algunos pensadores o representantes de algunos gobiernos: ¿Qué hacer en un sistema sin controles, cuando una persona o la simulación de la misma, atenta contra la paz ciudadana, fomenta el odio, promueve la segregación o el racismo, o, ataca las instituciones del Estado, como ha pasado en varios casos? Creo que el problema es muy complejo, pero la solución es muy sencilla.

Los gobiernos, ni el de Francia, ni Brasil, ninguno; debe controlar ninguna red social, y, en todo caso, deberían crear una y que los ciudadanos se inscriban si es su deseo. El nuevo paradigma de la libertad de expresión, debe ser cero controles por parte de entes interesados, inclusive, los propios dueños de tales corporaciones. ¿Por qué la solución es sencilla? Porque debería ser responsabilidad de cada red social, eso sí, que las conductas delictivas puedan ser atacadas por los sistemas de justicia, por tanto, una de las soluciones ya se aplica en X: Sus consejos de notas, grupos de usuarios seleccionados al azar que califican un post antes de hacerse público, alegando los elementos propios de la información, si es extemporánea, falsa, tendenciosa, fomenta el odio, o promueve conductas delictivas. Eso de que sean los gobiernos quienes controlen, es completamente inaceptable, ya que el principio de la libertad de expresión que reside en el concepto de las redes sociales es precisamente un contrapeso al poder de los gobiernos.

El tema de la libertad de expresión está destinado a ser imperecedero. En tiempos de los nacientes medios de comunicación se hizo necesario, en paralelo, la construcción de modelos de ética y conducta en cuanto a la información u opinión difundida.

La conclusión más elemental, hasta nuestros días, es que todo debería ser permitido, siempre y solo si, no se vean afectados los derechos o intereses de individuos o colectividades. Para ello, se debe producir la expresión, por tanto, suponer que una libertad puede estar condicionada a determinadas formas, so pena de incurrir en delitos o faltas, implica que de antemano no se pueda decir algo, pensar algo, y, finalmente, dejamos de hablar de libertad. Las redes sociales, en un concepto muy general, son espacios donde el poder de la información es tan extendido como cercano, convirtiéndolas en herramientas capaces de traspasar los límites de la censura y el condicionamiento del pensamiento. Con todas sus imperfecciones, las redes sociales son una forma de poder ciudadano, aunque no hayan sido planteadas como tal. ¿Y qué pasa con Durov entonces?

Que por una red social circulen contenidos tan sombríos como la pornografía infantil o la trata de personas, obliga a que haya alguna forma de control. Sin contradecir el inciso anterior, la libertad supone límites en su ejercicio, por lo cual, sí podríamos sostener que tales contenidos no deben circular sin estar encuadrados en la ilegalidad. Durov sabe que, si bien Telegram tiene sus bondades, también posee un lado muy oscuro y es ese límite que, al no estar del todo claro, injustificado o no, permite el ataque del mensajero más que del mensaje, haciendo que los gobiernos ambicionen, por el concurrente y probado contenido malsano, poner toda una barrera a la expresión libre del pensamiento y hasta las comunicaciones privadas, siendo una excusa casi perfecta para controlar toda la red. En este sentido, viene a operar la doble moral de la política global.

En el caso de Musk, se le ataca porque X permite que haya una libertad de expresión total y sean los mismos usuarios quienes a través de las notas o comentarios previos, decidan sobre lo impropio o no de un contenido. Esos mismos que atacan a Musk, ayer defendían a Julian Assange, regente de WikiLeaks, hasta que expuso documentos clasificados de diversos gobiernos, y se convirtió en un enemigo global. En esta lógica, no se puede defender a Durov sin atacar a Musk, o viceversa, porque entonces habría de existir un elemento adicional en la ecuación que los usuarios desconocen. Si queremos hacer una mezcla mejor, entonces diríamos que es completamente absurdo hacer de Assange un símbolo de libertad, defender a Durov, y, mientras tanto, atacar a Whatsapp, a Tik Tok, y censurar a X, ¿es que hay una libertad de una versión, y, otra versión conveniente de libertad? Así parece.

Las redes sociales han abierto una realidad nueva y es el poder de la comunicación, literalmente, al alcance de la mano. La cantidad de usuarios que hay en el mundo, la cantidad de información transmitida, todo lo que implican las RRSS como comercio, asistencia, entretenimiento, difusión y hasta denuncia, sin mayores controles, crean un apetito voraz de control sobre las mismas, con la falsa justificación de la protección de las sociedades por parte de los gobiernos. Quieren el control de algo que hoy no pueden controlar, y hacerse a la fuerza del mismo, si es necesario, o, intentando justificar cosas imposibles.

Durov debe hacer algo con el contenido ilegal que circula en Telegram, pero eso no debe atentar contra las comunicaciones privadas, la libertad de expresión o las formas lícitas de uso de la plataforma. El dilema seguirá abierto si lo que se pide no es el control del contenido ilegal por su naturaleza sino de cualquier tipo de contenido. Y esa siempre será la pretensión.

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