Cuando yo era joven y estudiaba bachillerato, las preguntas más habituales que los alumnos nos hacíamos en mi colegio eran: ¿De dónde venimos?, ¿Hacia dónde vamos? Y los profesores más importantes preguntaban: ¿Quiénes somos? o ¿Qué es el hombre? Porque se trataba de motivar a la juventud acerca de toda nuestra historia pasada y la por venir.
Solo que nadie se imaginó, que tan pronto tendríamos que contestar con nuestra propia vida esta duda, o estas preguntas de nuestra juventud.
Hace unos dos mil años, la Sagrada Escritura nos enseñó que la misericordia de Dios padre nos ha dado como rey a su hijo y se dirige a Cristo, a ti y a mí, si nos decidimos a ser “Alter Christus ipse Christus”, y eso es lo que pretendemos ser, a pesar de nuestras flaquezas: imitar a Cristo, ser buenos hijos de Dios e identificarnos con él en medio de nuestros trabajos y quehaceres normales diarios.
Entonces, el Evangelio de San Marcos nos relata que: un día Jesús se levantó de madrugada y salió de la casa de Simón y fue a un lugar solitario a orar. Simón salió a buscarlo y le dijo: ”Ahora las muchedumbres tienen hambre de Dios”.
Palabras que me recuerdan a San Agustín cuando en su Libro Confesiones dice: “Nos has creado Señor, para ti y nuestro corazón no hallará sosiego hasta que no descanse en ti, porque el corazón humano está hecho para buscar y amar a Dios”.
Y el señor facilita ese encuentro porque él busca también a cada persona a través de gracias, de cuidados llenos de delicadeza y de amor.
Entonces, cuando vemos a alguien a nuestro lado, cuando nos llega una noticia de una persona por medio de la prensa, la radio o la TV, podemos pensar, sin temor a equivocarnos, a esta persona la llama Cristo y tiene para ella gracias muy eficaces.
Fíjate bien, hay muchos hombres y mujeres en el mundo y ni a uno solo de ellos deja Jesucristo sin llamarlo. Les llama a una vida cristiana de santidad, a una vida de elección y a una vida eterna.
En esto reside la esperanza apostólica, a todos de una u otra forma nos busca Cristo. Y nuestra misión -por encargo de Dios- es facilitar estos encuentros con la gracia.
San Agustín comentó este pasaje del Evangelio y escribió: “El género humano está enfermo, pero no de una enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la Tierra”.
De oriente a accidente, para sanar a este moribundo, descendió del cielo el médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo.
Han pasado pocas semanas desde que hemos visto a Jesús en la Gruta de Belén, pobre e indefenso, habiendo tomado nuestra naturaleza humana para estar muy cerca de los hombres y salvarnos. Después hemos meditado acerca de su vida oculta de Nazaret, trabajando como uno más para enseñarnos a buscarle en la vida corriente y hacerse asequible a todos y, mediante su santa Humanidad, poder llegar a la trinidad beatísima.
Nosotros como Pedro también vamos a su encuentro en la oración, en su trato personal con él, y podemos decirle: “Todo el mundo te busca, ayúdanos Señor”, a facilitar el encuentro contigo de nuestros parientes, amigos y colegas y de toda alma que se cruce en nuestro camino.
Tú señor, eres lo que ellos necesitan, enséñanos a darte a conocer con el ejemplo de una vida alegre, a través de un trabajo bien realizado, con una palabra que mueva sus corazones. Nosotros somos los brazos de Dios en el mundo, pues él ha querido tener necesidad de los hombres. El Señor nos envía para acercarse al mundo enfermo, que no sabe muchas veces dónde encontrar al médico que le podría sanar.
Hablamos de Dios a la gente con la esperanza verdadera de que Cristo los conoce a todos y que solo en él encuentran la salvación y palabras de vida eterna.
Por eso no debemos dejar pasar por pereza, comodidad, cansancio o respeto humano, ni una sola ocasión, cada comentario sobre una noticia aparecida en el periódico, es un pequeño servicio que prestamos, o que nos prestan, y los sucesos extraordinarios, una enfermedad o la muerte de un familiar, y quienes viajan por motivo de obras internacionales, de negocios o de descanso, no olviden que son en todas partes. Heraldos itinerantes de Cristo y que deben tener una conducta, como tales, con sinceridad.
El papa Juan Pablo I, en su primer mensaje a los fieles, los exhortaba a que estudiaran todos los caminos, todas las posibilidades y se procura en todos los medios para anunciar oportunamente la salvación de toda la gente. ¡Si todos los hijos de la Iglesia, dijo el romano pontífice, fueran misioneros incansables del Evangelio, brotaría una nueva floración de santidad y renovación, en este mundo con sed de amor y de verdad! Mantengamos con firmeza la esperanza en el apostolado, aunque el ambiente se presente difícil!.
Los caminos de la gracia son efectivamente inescrutables, pero Dios ha querido contar con nosotros para salvar a las almas, porque sería muy lamentable que muchos hombres quedaran sin acercarse al Señor.
Por eso debemos sentir la responsabilidad personal de que ningún amigo, compañero o vecino, con quienes tuvimos algún trato pueda decir: “hominem non habeo”: No encontré quien me hablara de ti, o nadie me llevó al camino.
En ocasiones, nuestro trato solo será el comienzo de ese camino que lleva a Cristo, un cierto comentario oportuno, después un libro para confirmar la fe o lo conversado, un buen consejo para ir a recibir el sacramento de la reconciliación, una palabra de aliento y siempre el afecto con un ejemplo de vida recta. El cristianismo tiene el gran don de curar la única herida profunda de la naturaleza humana, y esto vale mucho más para su éxito que toda una enciclopedia de conocimientos científicos o una biblioteca de controversias. Preguntémonos hoy: ¿A cuántas personas he ayudado a vivir cristianamente?
Para terminar esta breve Meditación les sugiero que encomendemos a Nuestra Madre Tres Veces Admirable a nuestros amigos que hemos estado ayudando, para que se acerquen a algún sacramento que solidifique su formación o sus conocimientos del señor Jesús.