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sábado, octubre 12, 2024
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“…Yo no me molestaría”

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El  Frac, la  Levita y el Smokin algunas veces te apretujan”,  es un libro cuyo autor es el yaracuyano Hugo Álvarez Pifano, distinguido amigo y diplomático, hoy disfrutando de la merecida jubilación, viviendo lo que se ha llamado el “Descanso del Guerrero” en su refugio de invierno. 

Hugo, sin dar descanso a su prodigiosa mente, nos arroja parte de sus vivencias de su carrera diplomática en la que se desempeñó entre 1958 y 1998, y de una que otra crónica en el San Felipe de su juventud.

El autor se nos presenta como un ser de carne y hueso narrando hechos, vicisitudes y relaciones con protagonistas de las relaciones exteriores de Venezuela durante el citado periodo. Es un libro ameno, gracioso en algunas partes y preocupante en otras.

Entre las partes interesantes debo indicar el capítulo destinado al conflicto del Esequibo, del que solo diremos que es muy preocupante.  No haremos otra referencia, pues ese tema podría llevar varios artículos por lo extenso y complejo que sería. 

Se destaca, asimismo, el destinado al noble canciller Arístides Calvani a quien nadie puede negar su competencia y honestidad; así como otros capítulos destinados a venezolanos ilustres que ejercieron funciones diplomáticas.

Hay en esta obra un espacio destinado a un venezolano ejemplar: el doctor Luis Edgar Sanabria Arcia, quien llegó a ejercer la Presidencia de la República en sustitución del vicealmirante Wolfgang Larrazábal al renunciar este a esa alta investidura,  para ser candidato a la presidencia de la República y competir entre otros con el doctor Rafael Caldera y el señor Rómulo Betancourt en un difícil proceso electoral.

En tales elecciones, resultó electo presidente de la República don Rómulo Betancourt y, por lógica elemental, al doctor Sanabria le correspondió entregar la Presidencia de la República al candidato ganador en la contienda que, no era otro que don Rómulo Betancourt en solemne acto celebrado en el Congreso de la República.

Al asumir la Presidencia, el señor Betancourt designa embajador en la Santa Sede al doctor Edgar Sanabria, y es en esta noble institución donde ocurre el hecho que narra Hugo Álvarez en la obra que nos ocupa y con el que textualmente terminaremos el presente escrito.

“… En una audiencia privada con el papa Juan XXIII en conversación sobre su vida y sus actividades públicas, le manifestó que desde niño y más adelante en su edad adulta, había tenido siempre tres deseos por cumplir.

El Papa con una expresión de su rostro mostró interés, a lo cual le explicó: el primero era llegar a ser presidente de Venezuela, lo cual fue logrado; el segundo, que me fuera otorgada la condecoración más alta y exclusiva de Venezuela: el Gran Collar de la orden del Libertador, junto con la banda presidencial y el collar de las llaves del arca, conferido solamente al presidente de la República, también logrado; aquí se detuvo un instante, parecía tener dudas en continuar el diálogo.

Enseguida entonces el Papa preguntó ¿dos puntos y el tercero?, a lo que respondió con serenidad: sentarme en el trono del Papa, seguido Juan  XXXIII con una sonrisa y una pizca de asombro le respondió: si alguna vez logra llegar cerca del trono puede cumplir su tercer deseo, yo no me molestaría, seguido dicho y hecho.

En una reunión diplomática que tuvo lugar en el salón del trono papal en forma subrepticia logró llegar hasta la silla del Papa y se sentó por breve segundos, ante el estupor y sorpresa de todos los presentes, nunca se ha sabido si este acto realizado por el embajador de Venezuela en la Santa Sede fue una grave imprudencia personal o una iniciativa que contó con la anuencia del Papa, como explicó Edgar Sanabria, pero lo cierto es que el Vaticano no pidió el retiro del embajador venezolano ni emitió nota alguna sobre este suceso, aparte tres… cierro comillas.

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