Las primeras normas a abrazar en la actividad política partidista en búsqueda del poder está, entre otras, la honrosa actitud a la lealtad, a saber: 1. Nunca se ha dicho -ni se dirá- la última palabra en la actividad política. De ahí se genera ese esbozo:«La política es dinámica y cambiante». Con mayor fuerza y razón hoy día, cuyos hechos por las tardes desvirtúan o desmienten lo planteado en la mañana.
2. El diálogo político es obligante cuando hay deseos de solución en las peores crisis políticas, económicas, sociales; cuán urgente, en lo militar bilateralmente. En la diplomacia política -especialmente en su tratado geopolítico- su primera obligación es construir el diálogo.
Desafortunadamente, este -el diálogo- se hace presente en múltiples casos después del horroroso derramamiento de sangre. Craso y antihistórico error de los «pensantes y practicantes del poder».
3°. Desechar por siempre el odio político, el odio personal, la envidia y el egoísmo. Eso solo daña los sentimientos humanos del querer ser, y contribuye a la acción para no ser. Es el reflejo peligroso, personalizado del gatopardo, venido del perverso e infernal maquiavelismo.
No es cierto que ser leal al discipulado político es ser borrego. Esa debe ser la actitud como filosofía de vida. Lo contrario es irse por el camino a la autodestrucción de tus propios ideales. Es decir, debes irte de donde no veas las prácticas de estos breves principios señalados.
Cuando la ética y moral de tus líderes no coinciden en ser leal contigo ni con nadie; cuando las acciones de los lideratos de un partido político no están accionando en perspectiva del bienestar del pueblo popular, es hora de marcharse de esa organización política partidista. Primero está la libertad y el accionar democrático de tu país.
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