
En aquella Venezuela de los primeros cincuenta años del siglo XX, era algo normal que, en virtud del terror que despertaba, la dictadura dominante e inhumana que mantenía bajo su atropelladora bota una parte de nuestros compatriotas, por el solo delito de proponer un régimen de libertades o pensar de manera contraria a quien ejercía el poder, las familias experimentaban la desgracia de tener alguno de sus miembros fuera del país, en la cárcel o viviendo en un pueblo elegido por funcionarios de la dictadura del cual no podían salir.
Era una época que hoy recordamos como una vergüenza para la especie humana. Se cuenta que los padres del gran Andrés Eloy Blanco y su familia, entiéndase hijos y hermanos, vivían forzadamente en la Isla de Margarita por una medida tomada por las autoridades contra el padre de Andrés Eloy Blanco, insigne poeta, orgullo de nuestra patria.
Era Andrés Eloy un niño que, se relata, no llegaba a los siete años de vida. Margarita no era lo que es hoy. Era una pequeña porción del territorio venezolano habitada por pescadores, marinos, comerciantes, poetas, cantores de galerón y soñadores que, ante la vista azul de ese «gran mar» que la rodea, desarrollaban eso que llaman la vida cotidiana.
Era normal ver en un momento del día una madre con su hijo en brazos sentada en una acera. Tratemos de imaginar el instante: sol radiante, calle sola. Una madre que acaba de terminar las actividades normales de toda ama de casa, decide salir a la calle y con su hijo en los brazos se sienta en una acera y posa al niño en sus piernas.
Lo narrado ocurrió en una calle de la Isla de Margarita cuando la señora Blanco, con su hijo Andrés Eloy en sus brazos, se sienta sobre una acera, coloca al niño en sus piernas y de pronto el infante, habla y lo que sale de su pura boca, es un verso dedicado a la santa madre que lo sostiene en sus piernas. Esta al escuchar aquel inesperado obsequio de amor, reacciona, levantando al niño, lo alza entre sus brazos, emocionada, lo besa y, presumimos, da gracias a Dios por el hermoso y dulce momento que le permite vivir.
Corrieron los años, pasó mucho tiempo y aquel niño poeta pasó a ser un venezolano orgullo de nuestro país, y un día la noble madre de aquel infante fallece, y cuando se cumple el primer año de su muerte, Andrés Eloy, esta vez en el exilio, pues su país de nuevo padecía los rigores de una dictadura, en medio de una nostalgia ilimitada, relata aquel momento en Margarita en parte del poema «A un año de tu luz», elegía magistralmente concebida y plasmada en el papel utilizando la hermosa y complicada «Terza rima dantesca», y recuerda aquel momento del pasado con estos versos magistrales:
"Yo en tus rodillas, en la calle abrojos,
en la acera los dos, y una saeta
mi primer verso fue para tus ojos.
Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro
y empezaste a gritar: “¿Tengo un poeta!"
Tú quisiste decir: Tengo un tesoro,
tengo un ovillo de torzal de plata
y una cocina de fogón de oro.
Dios bendiga a Andrés Eloy Blanco y a las madres en su día. Al felicitarlas, pedimos para ellas, al Buen Dios, su santa bendición.
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