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lunes, agosto 4, 2025
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Adiós al obispo Mario Moronta, el forastero que elevó la fe del Táchira

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Trabajo La Nación.- La muerte sella la meta de la peregrinación terrena. Lo escribió Pablo VI en su última meditación, antes de fallecer un 6 de agosto de 1978. Mario Moronta admiraba de manera singular el papado del italiano. Él, que acrecentó el carácter peregrino del Táchira y que elevó el sabor a pueblo de sus festividades, acaba de sellar esta meta este lunes 5 de agosto.

Se durmió el corazón del padre y pastor de más de un millón de católicos tachirenses durante el último cuarto de siglo. Mario Moronta ha llegado al anochecer de su vida a los 76 años, tras acumular obras de respaldo a su lema episcopal: servidor y testigo.

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Ordenado presbítero el 19 de abril de 1975, Moronta ejerció su ministerio sacerdotal en distintas parroquias de la Diócesis de Los Teques, estado Miranda. Tras 15 años de servicio en comunidades de Cúa, los Valles del Tuy y Guarenas, además de docente y secretario-canciller, san Juan Pablo II lo llamó al orden de los obispos.

Con su ordenación episcopal, el 27 de mayo de 1990, Moronta se convirtió en obispo auxiliar de Caracas. Le tocó una capital convulsa en el terreno político, con eventos como los del 4 de febrero de 1992. A fines de 1995 la Santa Sede le asignó volver a Los Teques en calidad de obispo titular de esa Iglesia.

Cierta noche del año 1999 le llamaron a presentarse en la Nunciatura Apostólica. Con 50 años a cuestas, conoció el que sería su proyecto para el resto de la vida, a más de 800 kilómetros de casa.

Mario del Valle Moronta Rodríguez (Caracas, 1949) tomó posesión como el quinto obispo de San Cristóbal el viernes 18 de junio de 1999. Y así se mantuvo hasta el sábado 14 de diciembre de 2024, cuando entregó el báculo pastoral de Sanmiguel, fundador de esta Iglesia local, a su sucesor y actual pastor Lisandro Rivas.

25 años, seis meses y 26 días encarnándose como tachirense. Fue el segundo episcopado más largo de esta centenaria diócesis, apenas superado por Alejandro Fernández Feo, quien portó durante 32 años la mitra de San Cristóbal.

25 años es una generación entera. En términos eclesiales, podríamos bien hablar de la “generación Moronta”. A él le hizo gracia esta etiqueta cuando la escuchó de nuestra parte al adquirir la condición de emérito.

Un peregrino más

Moronta empezó su episcopado tachirense adentrándose en los montes y valles andinos. Sabía que el Santo Cristo y Nuestra Señora de Consolación son los dos íconos fundamentales en la vida de fe de este pueblo. Por eso entró por Pueblo Hondo y peregrinó por La Grita y por Táriba antes de coronar San Cristóbal. Se abandonó así en los brazos del Rostro Sereno y en el manto de María del Táchira.

El presidente Hugo Chávez no ocultaba su cercanía y comunicación con el obispo Moronta. En una alocución de julio de 2005, el Jefe de Estado cuestionó que la jerarquía eclesiástica tuviera “castigado” al prelado en un rincón de Venezuela, lejos de la capital. Monseñor respondió agradecido de servir al Táchira y ratificó que su vocación se debía por entero a la Iglesia. Ocho años después, Moronta ofició el funeral de Estado de Chávez frente a más de 30 jefes de Estado y de gobierno.

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Con el apoyo del Gobierno nacional, Moronta animó la construcción de un nuevo, amplio y moderno santuario diocesano para albergar la multitudinaria festividad del Santo Cristo, a quien él también declaró patrono del Táchira y protector de los Andes venezolanos el 6 de agosto de 2007.

Se ganó enemistades, de suerte que en 2014 el Concejo Municipal de Jáuregui, por entonces de mayoría opositora al Gobierno nacional, lo declaró persona non grata.

Una década más tarde, durante su última misa pontifical al Santo Cristo, el 6 de agosto de 2024, Moronta sorprendió con varias revelaciones en la homilía. Recordó que el único sitio donde alguna vez fue agredido físicamente fue en La Grita, por alguien que no estaba de acuerdo con ideas por él presentadas a favor del Santo Cristo y de la ciudad. Evocó también aquella declaratoria de persona non grata.

El Santo Cristo, prosiguió, lo impulsó a perdonar. “Les aseguro que me costó”, dijo. “Debí dejar la rabia y la impotencia a un lado para demostrarme lo que yo mismo he predicado cuando aseguro actuar en el nombre del Señor”. Relató que sintió la fuerza del Santo Cristo y que, luego, se sintió libre. Él mismo pidió a las autoridades la liberación del agresor. El Concejo Municipal de la vieja legislatura opositora nunca deshizo aquella declaratoria.

En esa reveladora predicación, Moronta también comunicó parte de su testamento: pidió que, si bien luego de su partida a la eternidad su cuerpo debía ser enterrado en la catedral de San Cristóbal a los pies del Cristo del Limoncito, quería que su corazón repose en el Santuario Diocesano del Santo Cristo en La Grita.

Moronta fallece el día en que La Grita cumple 449 años de fundación, en la víspera de la fiesta patronal del Santo Cristo, que él presidió durante el último cuarto de siglo.

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