
«Óigale a la moza, llora porque el gaucho se jué para los pagos de a ónde no se guelve; y ha queda’o solita como vieja guacha, que no tiene un perro que por ella vele.
No siento a tu pena ni un chiquito ‘e lástima, siento por el gaucho que se jué para siempre, pues, se le hizo cierto que vos lo querías y que en tus pupilas iba él solo a verse…
Al verse entre el hoyo, maniao y sin daga, sin poder llamarte y anhelando el verse, en la luz de unos ojos, pa’ sus ojos ciegos y el calor de un seno para su helada frente…».
Esta canción sureña la cantábamos con un ser bueno llamado Lockard Sánchez Lugo en nuestra juventud. Lo conocí en Guama, la del cristalino río, El Buco, Las Rondonas, la Quebrada de Cababo y gente laboriosa y buena. La de la estatua del Bolívar civil. Era amigo entrañable de mi hermano Lorenzo, e hijo del ejemplar matrimonio Sánchez Avendaño.
Esa canción la escuchó Lockard una noche de bohemia en mi casa. Él tocaba el cuatro, le gustó tanto que la copió en un papelito. Al poco rato, en la misma reunión, se la había aprendido. Al día siguiente, apareció, temprano, mi familia desayunaba, y nos brindó la sorpresa de un arreglo que le había hecho, endulzando con su creación, aquella santa comida mañanera de un domingo.
Lockard era joven, luchador, emprendedor, de vida sana, enamorado de la música, creo que autodidacta, con un talento natural que lo convertía en brisa fresca cuando tocaba un instrumento.
Fue siendo niño, un útil y decidido colaborador, cuando soñadores inexpertos e ignorantes, tratábamos de crear en Guama una «Coral infantil», y fue tal su aporte, que podría decir que se convirtió en su primer director. Hoy, al amanecer, cuando los pajaritos anuncian el nuevo día con su trinar poético y musical, cuando las guacharacas nos envían su metálico sonido y los gallos su kikirikí y los primeros transeúntes de nuestras calles, pasan unos en silencio, otros como un bohemio que venció la noche, cantándole quién sabe a quién: «Dulce amanecer cuando se abrieron tus ojos serenos…
Mírame otra vez, dame tu arrebol que…, en mi corazón, nunca volverá …, a ocultarse el sol…». Precisamente en ese momento, por la vía de las redes, aparece una triste nota de Gypsye de Klem, indicando el fallecimiento de su hermano Lockard, mi buen amigo.
Bien, este ser de luz, llegó “el fin de su bordado». Está en el reino celestial. Lo imagino con su cuatro en la mano, interpretando canciones a un público selecto entre los que seguro estará «El dueño del horizonte». Sus amados padres, a quienes deleita con sus creaciones, su arte y a toda una multitud de seres virtuosos. Allí, no tendrá más sufrimientos, y no mostrará esa expresión melancólica que vi en su rostro al saludarnos el Miércoles de Dolor en la procesión de nuestro Nazareno.
Amigo, te marchas como los barcos al abandonar el puerto, como la noche al salir el sol, como el invierno al llegar el verano, dejándonos esta tristeza de invierno que venceremos cuando se presente la alegría de tu amado recuerdo.
Descansa en paz, buen amigo, aquí seguirás viviendo como un dulce y grato recuerdo. Ese que Andrés Eloy Blanco definía como «Un año pasado que se queda…».
Ve con Dios. Aquí te seguiremos queriendo y rezando porque tengas eterno descanso. Expresamos nuestro pesar a tus familiares, pedimos al Señor te bendiga y conceda paz en su divino reino…
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