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lunes, agosto 18, 2025
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William López…Aquellos sábados en la mañana

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Voy a conversar sobre ciertos recuerdos que tengo de mi casa en Guama. Hoy amanecí, diríamos, evocando los sábados en mi vieja, solariega y amplia casa. Era un niño, tal vez de unos 7 u 8 años. Un sábado en mi familia era un día distinto. Los amaneceres ricos en sol. Nos levantábamos, desayunábamos y jugábamos.

Aquellas brillantes mañanas, de pronto surgía una especie de bullicio producido por la familia. Comenzaba a desplegarse una actividad inusual. Mi padre, siempre diligente, salía a comprar algo. Mi madre, con su dulzura, sonriente, entregaba a mis hermanas escobas, coletos y ahí se iniciaba una faena. Todos en cayapa dedicados a limpiar la casa.

Primero las escobas se pasaban por todos los pisos, luego venía el recoger esa tierrita que siempre está en los pisos de las casas. Finiquitado esto, aparecía alguien con envases de aluminio que contenían agua y detergente que se aplicaba a toda la casa. Una vez realizado esto, secaban con un coleto el piso húmedo y limpio.

Entre tanto, mi padre regresaba de la calle. En sus laboriosas manos portaba una especie de cosa redonda y gruesa, parecida a una torta, de un color, diríamos, amarillo, tirando a marrón. Ese objeto lo entregaba a mi madre. Ella, diligentemente, lo introducía en una especie de olla vieja que recibía el calor de aquella típica cocina de kerosene encendida.

Aquel objeto en forma de arepa comenzaba a derretirse. Era cera de abejas traída de los lados de El Samán, y una vez derretida se le aplicaba uniformemente al piso. Una vez aplicada esta cera a toda la casa, se esperaba que secara; y, ahí, comenzaba el momento grato del día para los niños.

Mis hermanos, jóvenes fuertes y algunos amigos, se aparecían con sacos. A nosotros, los menores, nos sentaban en ellos y estos, con su energía juvenil, tiraban de los sacos con nosotros sentados sobre ellos, emprendían juntos un recorrido por toda la casa y, a medida que esto se producía, aquel piso de cemento gris sufría como una metamorfosis.

Adquirió un tono gris oscuro. Un brillo de espejo que se apoderaba de toda la casa, y al terminar esa faena, lo que teníamos a nuestros pies era un espectáculo de limpieza y arte que era producto de aquel esfuerzo en equipo de una familia que quería tener su casa bonita.

Eran momentos inolvidables, pues aquella actividad se desarrollaba en un ambiente de alegría, con un tocadisco encendido que hacía sonar música alegre y, por supuesto, nosotros, pequeños e inocentes seres que solo pensábamos en jugar y divertirnos, disfrutamos de gratos momentos que hoy a mi avanzada edad extraño.

Fue una época hermosa, de convivencia, unión, solidaridad y amor. Con cierta nostalgia, pienso en aquella verdad de Jorge Manrique:

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierta
contemplando
como se pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callado;
cuán presto se va el placer;
como después de acordado
da dolor;
como a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado
fue mejor”.

Leer también: ¡Gritos en silencio!

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