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jueves, octubre 9, 2025
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Raimond Gutiérrez…El guameño, el sanfelipeño, el yaracuyano José Antonio Páez

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En antropología, la migración interna es el fenómeno que implica el traslado de un lugar de residencia habitual a otro dentro de las fronteras nacionales, y que puede ser voluntario o forzado.

El estudio antropológico de la migración interna se enfoca en las causas (como la búsqueda de oportunidades económicas o sociales), las consecuencias para los migrantes y las sociedades de acogida, y cómo este proceso influye en la identidad y la cultura de las personas. Así es como, desde siempre, y considerando que este país es de todos, venezolanos nacidos en otros estados se han trasladado a esta entidad federal.

En nuestro caso particular, por designios de la Divina Providencia y razones laborales en la judicatura, hace 11 años llegamos a esta bendita tierra de Dios, en la que su noble gente oriunda nos ha tratado como uno más entre ellos, a lo que no podemos corresponder de otra manera que no sea con gratitud, sentido de pertenencia e identificándonos con esta región. Es haciendo honor a esos valores que procuramos cada día saber más de la historia, costumbres, tradiciones, lenguaje y prácticas que dan identificación al gentilicio yaracuyano y a la yaracuyanidad.

Por ello, es que nosotros, entre seriedad y bromeando, solemos decir que somos más yaracuyanos que los nativos de esta exuberante y bondadosa tierra, porque –contrario a ellos, que no eligieron nacer aquí– nosotros sí escogimos venir a Yaracuy; lo cual no es del todo cierto, pero –sociológicamente hablando– nos daría mayor sentido de pertenencia para poder exhibir nuestro adoptado apego con esta región, en la cual ciertamente no vimos por primera vez la luz del día, pero que hemos aprendido a sentir como nuestra, así como nuestro es aquel terruño de Upata, en el estado Bolívar.

Es partiendo de todo ese sentir al que hoy nos referimos –salvando las mayúsculas diferencias– a otro yaracuyano adoptado: José Antonio Páez Herrera (1790-1873), quien, contrario a lo que generalmente se dice, no era portugueseño, sino barinés, pues nació en Curpa, localidad que antes del 10 de abril de 1851 (a partir de la cual fue decretada la provincia de Portuguesa) formaba parte del cantón de Araure de la provincia de Barinas de la Capitanía General de Venezuela, para explicar históricamente como fue que él también se convirtió en un yaracuyano adoptivo.

Para tal propósito, nos hemos valido de la más reciente obra de Rafael Arráiz Lucca –contemporáneamente uno de los más avezados e importantes historiadores– denominada “José Antonio Páez, del mito al hecho” (Ediciones Venezolanas C. A. Caracas, 2024) y de la autobiografía del “León de Apure” denominada “Memorias del general José Antonio Páez” (Editorial América. Madrid, 1916).

Respecto de la obra de Arráiz Lucca, hace una acertada biografía del “Catire Páez” como el personaje histórico de más prolongada presencia en el siglo XIX venezolano y quien, desde 1816 hasta 1863, fue un factor fundamental en el devenir de la república.

Con todo, se trata de un estudio ecuánime basado en sus hechos y sus causas, así como en sus coyunturas y procesos, en el que echa por tierra la tergiversación histórica de los últimos 26 años, según la cual Páez fue un traidor y un enconado enemigo del Libertador Simón Bolívar; deshojando con profundidad histórica-científica la vida del prócer desde su infancia.

Yendo al tema de fondo, el caso es que en 1798, el niño José Antonio Páez –a quien luego también se le conocería como el “León de Payara”– teniendo la edad de 8 años, fue enviado por su madre (por cuanto la familia estaba desarticulada: su padre Juan Victorio Páez vivía en Guanare y él residía con su madre María Violante Herrera en Cuara, cerca de Quíbor) a vivir en Guama (originalmente fundada como “San José de Guama” y por antonomasia el pueblo que da identidad cultural al estado Yaracuy) para recibir educación en la escuela privada que dirigía en su casa la rigurosa maestra Gregoria Díaz.

En torno a sus vivencias escolares en “La Atenas de Yaracuy” (como también se le conoce a Guama), el “Centauro de los llanos” relata en su autobiografía: “Tenía ya ocho años de edad cuando ella me mandó a la escuela de la señora Gregoria Díaz, en el pueblo de Guama, y allí aprendí los primeros rudimentos de una enseñanza demasiado circunscrita.

Por lo general, en Venezuela no había escuelas bajo el Gobierno de España, sino en las poblaciones principales. (…). ¿Cómo sería la escuela de Guama, donde una reducida población, apartada de los centros principales, apenas podía atender las necesidades materiales de la vida?

Una maestra como la señora Gregoria, habría escuela como industria para ganar la vida, y enseñaba a leer mal la doctrina cristiana, que a fuerza de azotes se les hacía aprender de memoria a los muchachos, y cuando más a formar palotes según el método del profesor Palomares”.

Habiendo dejado la escuela, Páez también fue pulpero en Guama: “Mi cuñado Bernardo Fernández me sacó de la escuela para llevarme a su tienda de mercería o bodega, en donde me enseñó a detallar víveres, ocupando las horas de la mañana y de la tarde en sembrar cacao”.

Allí vivió durante toda su infancia, e incluso, para 1807, doña María Violante Herrera se había mudado a Guama, y la hermana de José Antonio, Luisa María Páez Herrera, contrajo nupcias con don José María Fernández, siendo estos los padres del reconocido artista y prócer militar guameño Carmelo Fernández Páez (1809-1887).

Posteriormente, a partir de los 10 años y hasta junio de 1807, contando con 17 años, el “Taita” vivió, además, en San Felipe. Él lo relata así: “Con mi cuñado pasé algún tiempo, hasta que un pariente nuestro, Domingo Páez, natural de Canarias, me llevó, en compañía de mi hermano José de los Santos, a la ciudad de San Felipe, para darnos ocupación en sus negocios, que eran bastante considerables”.

En efecto, durante el paso de su niñez a la adolescencia, San Felipe fue el centro de su hogar y el punto de partida de varios acontecimientos importantes de su vida, hasta que –por haber dado muerte, en defensa propia, a uno de los cuatro forajidos que pretendían asaltarlo a su paso por la montaña de Mayurupí (Dice la leyenda yaracuyana que Mayurupí era una mujer indígena de cabello largo que huyó con niños de su pueblo después de que este fuera destruido, internándose en las montañas sin dejar rastro)– decidió marcharse a las riberas del río Apure.

A modo de colofón, afirmamos que no somos partidarios de la postura filosófica del relativismo de la verdad, la cual sostiene que la verdad no es absoluta ni universal, sino que es relativa a un individuo, un grupo social, una cultura o un contexto histórico. Por el contrario, creemos en la existencia de verdades absolutas, objetivas o inmutables.

Así, por ejemplo, a nuestro entender, en la Biblia existen verdades absolutas y una de ellas es la plasmada en Lucas 4:24, que propugna: “…ningún profeta es aceptado en su propia tierra”. Por tanto, yéndole bien en Guama y San Felipe, decimos sin vacilación que: José Antonio Páez Herrera fue “profeta” en Yaracuy (cuya provincia se erigió con ese nombre el 17 de marzo de 1855).

Leer también: Los estados de excepción

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