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Auditorio Azul, este extraordinario guaguancó pregón grabado adentro desde la Cárcel Regional de Bayamón en Puerto Rico, en el año 1981, es de esas canciones que se quedaron tatuadas en el alma del pueblo caribeño, y donde la salsa vuela con nuevos giros rítmicos melódicos.
Constituye un clásico de la salsa que bulle y palpita con igual o mayor intensidad la realidad, el testimonio humano y creador de la música popular afrojibara antillana y caribeña.
Dos cosas demuestran categóricamente la urgencia de este guaguancó salsero. En primer lugar, la letra con imágenes poéticas irreverentes del arrabal que siempre el compositor boricua Catalino “Tite” Curet Alonso, “La voz mayor de la salsa”, le imprimió a sus composiciones. Y en segundo lugar, el canto radicalmente salsoso de Marvin Santiago, “El Sonero del Pueblo”, título que le dio su borinquen bella, y representó sin discusión alguna uno de los momentos estelares de la salsa, que se escribe, se goza, se baila y se vacila en ambos lados del Caribe.
Sin duda, que Marvin Santiago, a pesar de que se inspira y toma prestados elementos y procedimientos de los grandes soneros, es esencialmente tanto por la ronca entonación de su voz como por la expresiva fuerza plástica musical en el soneo, que le sirve de apoyo.
Como nada surge de la nada, era necesario fundamentarse en una experiencia válida, asimilar lo sustantivo sin dejarse ganar por los modelos. Así, este emblemático sonero atacaba el montuno con frases largas que rompían con todas las normas de la canción, imponiendo su estilo personal de no forzar el pregón a fin de dar paso a nuevas formas y posibilidades rítmicas renovadoras para que la orquesta emprendiera su marcha melódica.
En Auditorio Azul se conjuga el sufrimiento, la tristeza y el dolor de tener a un ser querido tras las rejas, “Tite” Curet, bien lo describe con la angustia del recluso, pero detrás de la descripción del compositor boricua encontramos las penas y el dolor de los familiares que impotentes ante la situación no pueden hacer nada por ver a sus seres queridos libres.
Con este tema lo que se busca es denunciar la situación de los reclusos en las cárceles de Puerto Rico, de hecho, el tema se extrapola a todo el mundo en donde cárceles con un rigor y una violencia extrema, hasta el punto de golpear a algunos reclusos hasta darle muerte.
Curet Alonso llama la atención sobre los gobernantes de los sistemas carcelarios, y también pone en conocimiento de la sociedad la violencia interna que hace que los reclusos, en vez de corregirse, salgan a las calles con más rencor, odio e ira hacia la sociedad, como el problema carcelario venezolano, sin que la sociedad, en su conjunto, y al Estado le importe la triste realidad de unos hombres que parecen depósitos humanos.
Este pregón fecundo, inagotable, perseverante, es un monumento al fervor de la salsa. La audacia comunicativa de Marvin Santiago en el son y el guaguancó pregón consistió en la ruptura tradicional del montuno con frases largas.
De esta forma, el trance, la magia, lo inesperado, la sorpresa, la improvisación, el tarareo y el vacilón, se convirtieron en danza festiva que el colectivo caribeño acogió como suyo.
El problema no es la cantidad de palabras que puedas utilizar en la improvisación, sino que debes tratar de no repetirlas y hacerlo dentro de la clave, es decir, sin desentonar. En estos fue Marvin Santiago el heredero directo de Ismael Rivera, hermanos espirituales hasta en la muerte. El tono es, pues, irreverente, solidario y poético.
No olvidemos que este disco se grabó dentro de la cárcel de Bayamón en Puerto Rico, cuando Marvin Santiago, “El Sonero del Pueblo”, se encontraba preso. No obstante, el sonero en la cárcel puso a vibrar a la salsa.
Ánima las tareas de todos, pero al regresar lo espera la soledad, terca y fría compañera de siempre. Pero este hombre, dolido, contradictorio y humano, sereno y conmovido, ya liberado de la cárcel, cansado, enfermo y agónico, dejó un soneo denso, profuso, que el tiempo se encargaría de aquilatar.
Y recuerdo que en la década de los setenta y ochenta en Farriar, en la taberna de la señora Hilda Puerta, quien tenía una rocola salsera exquisita, y allí me reunía con Felipe Rojas y mi compadre Cristóbal Ortiz (Q.E.P.D) compartíamos la alegría, la amistad, el afecto y la nostalgia de la calle en compañía de Marvin Santiago soneando: ¡Bien saborioca!, ¡Bongolache!, ¡Bongoló, y se acabó!
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