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miércoles, diciembre 10, 2025
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Luis Tesorero…El tilmahtli de Juan Diego

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Entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531, nuestra Señora la Virgen María en su advocación de Guadalupe se presentó ante el indio Juan Diego, que al punto tenía once años. Además del milagro mismo de su primera aparición en tierras americanas, de la cual se tenga registro, ocurrieron y siguen sucediendo otros eventos de carácter sobrenaturales capaces de hacernos reflexionar sobre su mensaje eterno de fe.

En su primera aparición, el día 9, María se dirigió a Juan Diego con las palabras “Juanito, el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive”, dichas en náhuatl, el idioma de los aztecas, la lengua materna del indígena.

No era el lugar. Lo anterior lo aseveró Juan Diego al mismo cronista que escribió el documento histórico Nican Mopohua, en donde también afirma: “Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé.

Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo, vi que estaba en el paraíso”. Se entiende que el Tepeyacac no ofrece ninguna planta delicada o de flores en esa época del año; sin embargo, el devoto indígena acudió encontrando que la Santa Madre “transforma al Tepeyacac en un jardín de raras, exquisitas, frescas, aromáticas y significativas rosas. No era tiempo ni el lugar apropiado para que las hubiera”.

Sin deterioro. El tilmahtli hecho de fibra de agave, durante los primeros 165 años de su historia, se mantuvo expuesto y sin protección a la humedad, el contacto humano, el incienso, el humo de velas, el polvo y a los piadosos e ingenuos actos de limpieza que seguro incluyeron el uso de paños húmedos y traspasos secos, por lo que era de esperar algún deterioro, que no se ha presentado.

Incólume. Doscientos cincuenta y cuatro años después de la aparición, en 1785, mientras varias personas limpiaban el marco de plata, se derramó “una gran cantidad” de ácido nítrico sobre ella, según lo contó un testigo presente. Este líquido es sumamente corrosivo, puede causar grandes quemaduras en la piel y debió haber deshecho el tilmahtli con facilidad. Aun así, no causó ningún daño grave. Solo dejó una marca opaca, aún visible en la imagen.

Las flores que San Juan Diego sostenía en su tilmahtli para ser entregadas al obispo, eran rosas castellanas de color rosa oscuro, que no son originarias de México. Además, ni las rosas y ningún tipo de flores crecen en el centro de México en diciembre.

La sanación. El joven niño trató de evitar un nuevo encuentro con la Santa Madre tomando otro camino que le alejaba del Tepeyac, pues le urgía ver a su tío enfermo que estaba muy mal de salud. Hasta ese nuevo camino se le presentó la Virgen, y dijo a Juan Diego que no se preocupara, que su tío no moriría y que ya estaba sano. Entonces el indio le pidió la señal que debía llevar al obispo. María le dijo que subiera a la cumbre del cerro, donde halló rosas de Castilla frescas, cortó cuantas pudo y las entregó a la Virgen, quien se las devolvió, poniéndolas en el tilmahtli, y Juan se las llevó al obispo.

No pintada. Un tilmahtli como el de la aparición está elaborado con tela sumamente aspera, tosca y desigual, casi como un saco o arpillera, que no es superficie apta para una pintura sin antes recibir un tratamiento o imprimir la superficie como se hace con los cuadros al óleo que deben ser blanqueado, pues sin este paso previo la tela no preparada absorbe la pintura y deforma la imagen.
La superficie del tilmahtli de Juan Diego no muestra señal alguna de preparación previa. Los expertos hacen tal afirmación basados en el hecho cierto y comprobado de que la imagen también se ve en el reverso. Lo que no ocurriría si el tilmahtli hubiera recibido preparación previa. Aun más, no se detectan pinceladas, por lo que parece que no fue pintada, sino plasmada en un instante.

La bomba. El 14 de noviembre de 1921, en medio de la Guerra Cristera, la imagen estuvo expuesta a los efectos de una bomba de calidad militar que destruyó las ventanas de las casas cercanas, también el altar de la iglesia, los candelabros y deformó el crucifijo, hecho de hierro y bronce, de alrededor de 34 kilos, que se encontraba debajo de la imagen de la Virgen, que se había hecho un arco al recibir la denotación que estaba sobre el altar. Este último se conserva como muestra del poder del explosivo que lo alteró al punto de impedir que se mantenga en pie. El tilmahtli, que estaba justo sobre el altar, y el vidrio que le protegía quedaron intactos.

Imágenes en los ojos. Mediante la realización de estudios ópticos fotográficos y oftalmológicos en los ojos de la imagen se ha determinado la presencia de las iconografías de 13 personas: un indio hincado con el cabello recogido, dos ancianos con barba, otro hombre, un indio con sombrero típico, una mujer de raza negra y en el centro dos adultos y cinco niños. Todas las imágenes concuerdan perfectamente con las leyes de la óptica, es decir, que las imágenes en los ojos de la Virgen se encuentran en ambos ojos tal y como ocurriría en los de un ser humano. Ambos ojos muestran las mismas iconografías, que no son idénticas, ya que cada una se adapta a su propio ángulo y a la curvatura natural de la córnea, tal como sucede con un ojo real, efecto imposible de crear en una superficie plana y a la vez irregular como el tilmahtli.

Perfección. La imagen responde a la “proporción áurea”, es decir, que cumple los requisitos de la perfección geométrica presente en la naturaleza, cualidad muy estudiada por los matemáticos y usada por los arquitectos.

Las estrellas. En 1981 se determinó que su orden en el manto es idéntico al orden de las estrellas visibles sobre la capital de México el 12 de diciembre de 1531 a las 6:45 am, El Nican Mopohua, en el que se cuentan las apariciones, sugiere que fue en esa hora cuando Juan Diego desplegó su el tilmahtli ante el obispo Zumárraga.

Esto y otras cualidades únicas han llevado a pintores, profesionales y científicos a decir que la única explicación de la imagen, tanto por su belleza como por su delicadeza, es que se corresponde con la obra de Dios.

Leer también:El poema más largo

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