No creo que nadie pueda negar que Venezuela vive hoy una importante coyuntura política, generada a través de medio siglo, por las acciones irresponsables y agresivas de dos bandos en pugna, a quienes la nación venezolana parece interesar poco, pues han privilegiado la toma o el mantenimiento del poder por encima de todo.
Las “culpas”, para usar el lenguaje común, se distribuyen entre ambos de manera no uniforme, tanto en el origen de la confrontación, como en su posterior desarrollo. En este aspecto, hay una discusión intensa y no existe la posibilidad del consenso. Quizás, en el mejor de los casos, un consenso académico se logrará en el futuro, cuando, por la acción del inexorable pasar de los años, la política actual pase definitivamente a ser historia.
Mientras tanto, el debate seguirá y será un elemento que dificultará los acuerdos necesarios entre los venezolanos, para lograr la realización de esfuerzos conjuntos, que permitan superar la crisis y escoger con claridad la ruta futura de desarrollo económico y humano.
Como en toda coyuntura política, se le abren al país rutas adicionales a la que se venía siguiendo, por lo que las acciones que impulsen los distintos grupos políticos, partidistas y gubernamentales; las opiniones y deseos de los diferentes sectores sociales y económicos; las decisiones que se tomen en todos los ámbitos, incluso en otros países, serán muy importantes en determinar el devenir venezolano y, por lo tanto, en la solución, exitosa o no, de nuestros innumerables y complejos problemas.
Un aspecto vital, que debe ser privilegiado por todos, es la amplitud del consenso al interior del país, sobre la ruta que definitivamente se escoja o resulte de la síntesis de las fuerzas actuantes.
Sería un error garrafal, mantener en este momento la idea de que basta con tener fuerza para imponer un camino, sin importar el grupo que la tenga, pues si bien una acción de fuerza puede resultar alentadora en sus inicios para sus ejecutores, su éxito no dejará de ser una ilusión que se desvanecerá, más pronto que tarde, con el tiempo.
Si la ruta escogida no tiene un amplio consenso, no tendrá ninguna posibilidad de garantizarnos la paz necesaria, para la reconstrucción institucional y económico-financiera de la nación. Se habrá corrido la arruga, tal vez, pero no se estará en el terreno firme, imprescindible para la recuperación de Venezuela.
La comprensión de esta realidad parece que paulatinamente va creciendo dentro de la oposición democrática venezolana, lo cual abre esperanzas hacia el futuro. Dentro de esta oposición, quizás con algunas muy contadas excepciones individuales, existe también el consenso de que los dirigentes y principales activistas de los opositores extremistas, de carácter violento, a veces claramente terroristas y retaliativos, que llaman a invasiones militares extranjeras u organizan incursiones armadas contra el país, deben ser marginados completamente de la política de instrumentación del consenso, pues solo quieren entorpecerla y se oponen a cualquier arreglo que nos haga avanzar en la lucha por la democracia y la paz.
En lo atinente al Gobierno del PSUV, de Maduro y la cúpula gubernamental, deben entender que si no aprovecha la coyuntura actual, para la instrumentación de un profundo cambio en su forma de gobernar, que garantice el obligatorio acatamiento de la Constitución y de las leyes, el total respeto de los DD HH y del debido proceso judicial y la instauración de un gobierno inclusivo, con participación creciente de fuerzas no chavecistas, su gestión futura, en términos de bienestar de los venezolanos y desarrollo integral de la nación, está condenada al fracaso, sin importar si entre todos logramos que la abominable agresión militar estadounidense no se produzca y regresen todos esos buques y efectivos militares a sus bases de origen.
El Gobierno debe sentarse con quienes están realmente interesados en resolver la grave crisis política, económica y social del país. Con quienes han dado muestras claras, que tienen a la nación venezolana como su prioridad.
Y deben hacerlo con seriedad, no como una acción demagógica u oportunista, ni de vigilancia y sujeción de la oposición, expresión de la “viveza criolla”, que pretenda controlar los hilos de un diálogo, en vez de un acercamiento respetuoso y productivo.
No se puede pretender profundizar un modelo de poder, solo con el apoyo de la minoría que sigue y respalda al Gobierno. No se puede continuar con la conducta de aplastar al otro, a quien no está de acuerdo, sino se debe buscar un consenso que reivindique los deseos e intereses de la nación. Todo se puede y se debe discutir, sin agendas ocultas ni sorpresas maléficas.
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