 
Hacia finales de la primera década de este siglo, afirmamos que el gobierno de Chávez era uno de los regímenes políticos venezolanos que había sufrido las acciones opositoras más virulentas hasta ese momento, dentro y fuera del país, pues se estaba dispuesto a derrocarlo a como diera lugar.
Desde muy poco después de iniciarse su gobierno, fue enfrentado en todas las formas posibles: democráticas y no democráticas, pacíficas y violentas, legales e ilegales, en forma siempre intensa, por una oposición que se sentía electoralmente vencida y que tardó cierto tiempo en recomponerse, anonadada por las derrotas comiciales contundentes iniciales, que les hizo perder momentos cruciales para enfrentarlo y derrotarlo, antes de que cogiera el vuelo suficiente para lidiar victoriosamente con todas las conspiraciones y agresiones sufridas.
Fue como el boxeador que no actúa desde el inicio de la pelea, desalentado por la estampa, combatividad y fintas de su adversario, aupado además por un público entusiasta. Intenta recuperar el tiempo y la puntuación perdida, cuando se percata del peligro inminente de perder el combate, y entonces recurre a desconocer las reglas del mismo, a buscar un golpe de suerte y a recurrir a sus amigos fuera del cuadrilátero, para que lo ayuden en formas impropias.
El inmediatismo, la violencia, las transgresiones de los marcos legales y constitucionales, el juego sucio, pasan paulatinamente a enseñorearse de la conducta opositora, hasta hacerse dominantes tanto dentro como fuera del país, lo que también gradualmente va condicionando la conducta del Gobierno, que se desplaza insensiblemente hacia las respuestas autoritarias, arbitrarias e ilegales.
Los partidos opositores, en su desconcierto inicial por la derrota electoral de 1998, permiten la aplicación del quino Chávez en las elecciones de los diputados de la Asamblea Constituyente, los que los dejó en una relación ridícula de 1/20 en dicho organismo, que no posibilitaba ninguna influencia en la elaboración del texto constitucional.
Luego cometen el error de no votar en el referéndum aprobatorio de la nueva Carta Magna, la cual fue entonces admitida fácilmente, tal y como fue presentada. En ese momento comienzan a despertar y aterrorizados tratan de recuperarse: movilizaciones populares, llamados a huelga general indefinida y a un paro petrolero en 2001, sin tener todavía fuerza suficiente para ello.
En 2002, repiten sus acciones inmediatistas con un exitoso, pero sangriento, golpe de Estado, que en su locura aventurera echan por la borda.
Inmediatamente, luego de la derrota militar popular del golpe, llaman a un sabotaje total de la industria petrolera y a otra huelga general indefinida, que tardan más en ser vencidas, pero terminan siéndolo. De allí en adelante, todos fueron errores tras errores, como los del boxeador que lanza golpes a diestra y siniestra sin alcanzar su objetivo y deteriorándose más físicamente.
Pierden el revocatorio presidencial y se abstienen en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2005, lo que le deja el camino libre al Gobierno de Chávez, para aprobar todo el entramado legal que luego utilizaría. Pero, todas esas acciones además significaron el inicio de un cambio cualitativo en el Gobierno, que se hizo cada vez más autoritario, inflexible, represivo y atento ante las acciones opositoras subversivas, posiciones que se fortifican en la medida en que crecen las conductas opositoras ilegales: guarimbas, violencia callejera, vandalismo y sabotajes contra la infraestructura del país.
Agreguemos ahora la grosera injerencia de gobiernos de otros países en nuestros asuntos internos, violentando la soberanía y el derecho a la autodeterminación, imponiendo sanciones económicas contra el país, secuestrando activos financieros en la banca internacional, incluso los depósitos de oro en la banca inglesa.
Un robo descarado favorecido por la acción de venezolanos anti nacionales, que nos lleva a una situación extrema en la que no controlamos la venta de nuestra riqueza fundamental: el petróleo. Y así llegamos a la actualidad: el Gobierno de Maduro, agredido por los países más poderosos del mundo, aislado internacionalmente en occidente, al que se le exige además que no se defienda, que se rinda ante los traidores a la patria y que acepte resignadamente el asesinato de su liderazgo.
Y lo dicho no significa que éste no haya sido un mal Gobierno, ni que no sea también culpable de la situación actual. De ello hemos escrito bastante. Por supuesto que tiene culpas, pues los resultados de un combate dependen de ambos contrincantes.
Pero, por encima de esto está, en este momento, el interés de salvar a la nación venezolana, en peligro de ser arrasada y subyugada por ejércitos extranjeros en alianza contra natura con gente nacida en el territorio.
Leer también: La paz de los sepulcros



 
                                    
